domingo, 17 de noviembre de 2013

Por los senderos del guapo

Prólogo al libro "Pedacitos de historia, de Lisímaco Salazar



El 24 de agosto de 1863, cuando los caucanos al mando del presbítero Remigio Antonio Cañarte arribaron a Pereira provenientes de Cartago, encontraron en este territorio algunos asentamientos de personas dedicadas fundamentalmente a actividades agrícolas.  Se vivía en un aislamiento roto solamente por las noticias de los viajeros que informaban sobre las guerras y los cambios en el país y en el mundo.  El entretenimiento no iba más allá de las largas conversaciones, luego de las labores cotidianas:

“Las dificultades en las tareas diarias en la lucha contra la selva culminaban hacia las cinco de la tarde cuando los hombres adultos suspenden el trabajo y regresan al rancho.
Pero a las siete de la noche, después de “arreglar cocina”, toda la familia se reunía alrededor del fogón y en este agradable ambiente los adultos narraban sus experiencias (…)

Las tertulias nocturnas alrededor del fogón permitieron la creación de mitos, leyendas, fábulas y espantos los cuales surgieron de hechos reales pero aparecían envueltos con el ropaje de la fantasía popular. (…)
Los cuentos del proceso de colonización se caracterizaban porque eran narrados por adultos para adultos, aunque los niños también eran tenidos en cuenta.  (…) O sea que aquí se enriqueció el cuento llevado posteriormente a la literatura. (…)

Cuando se desarrollaron las fuerzas productivas y aparecieron la arriería, la posada, la fonda y la aldea se hizo más compleja la vida social, y de la simple reunión familiar se pasó a formas más sistemáticas de entretenimiento.  Hicieron sus aparición el juego de tute, de dados, la riña de gallos y los ritos religiosos programados por el sacerdote”.[1]

Después de la fundación de “Cartago Viejo”, el 30 de agosto de ese año, al naciente poblado llegaron nuevas oleadas de colonizadores antioqueños, muchos de los cuales establecieron en esta villa sus bastiones para explotar otras tierras.  Tras ellos llegaron los comerciantes y luego los maestros, los abogados, los ingenieros, los médicos y otros profesionales que introdujeron nuevos intereses, nuevas preocupaciones y nuevos modos de vida.

“Teniendo el grupo una cierta homogeneidad racial, pues en su abrumadora mayoría estaba compuesto de colonos y mestizos, y no habiendo población negra o indígena, las primeras diferenciaciones sociales empezaron a existir sobre la base del patrimonio, del dinero.

La llegada a la ciudad de un grupo de comerciantes y profesionales, a fines de la pasada centuria (siglo XIX) y comienzos de la presente (siglo XX), introdujo la educación como un nuevo motivo de diferenciación social.

El grupo dirigente compuesto por propietarios rurales, comerciantes y profesionales venidos la mayor parte de Antioquia, tenía una dominante orientación liberal, por cierto no muy específicamente doctrinaria (…)  La cultura poco densa en sus grupos dirigentes, tampoco daba para plantear conflictos ideológicos de mucha trascendencia”.[2]


A comienzos del siglo XX, a pesar de la llegada de hombres mejor formados intelectualmente y dadas las condiciones todavía adversas del medio, los habitantes de Pereira seguían privilegiando el trabajo físico y vituperaban la vagancia y la pereza, es decir el ocio.  Las actividades intelectuales eran bien vistas en las escuelas o cuando tenían como propósito entretener o amenizar reuniones sociales.  La lectura era un privilegio de algunos pocos que sabían leer y escribir, que podían y tenían el tiempo de acceder a los libros.  Existían pocas bibliotecas personales, por lo cual la mayoría los alquilaba donde don Clotario Sánchez, dueño de una considerable colección que puso a disposición de los habitantes del poblado en su casa ubicada en la Plaza principal.  Los de mayor interés o mayor poder adquisitivo, se dirigían a comprar a almacenes como los de Alfonso Mejía Robledo o Jesús Paneso, que entre una miscelánea de artículos, ofrecían algunas novedades literarias.

La existencia de una nueva élite alfabeta, trajo como consecuencia natural el interés de los diferentes grupos políticos por propagar sus propias ideas.  Tanto el partido conservador como los liberales y los republicanos se procuraron sus propias imprentas.  La primera la trasladó desde Manizales a Pereira el periodista Mariano Botero, en 1904, un año antes de la creación del Departamento de Caldas.  Se sucedieron, en consecuencia, gran cantidad de periódicos con la misma pretensión de abarcar temas como “literatura, intereses generales, crítica, variedades, avisos”, aun cuando en esencia, todos tuvieran exclusivas intenciones políticas.

Los pioneros del periodismo y la literatura en Pereira, la mayoría provenientes de otras latitudes, traían consigo una formación esencialmente romántica, expresada en la influencia de autores como Víctor Hugo, Alphonse de Lamartine y Théophile Gautier, entre los franceses, y José de Espronceda y José Zorrilla, entre los españoles.  Gustaban de los poemas y los escritos que evocaran el amor por la ciudad, el patriotismo, la familia, la tradición y la religión.  Difícilmente se advierte en ellos una referencia a conflictos sociales o se recurre a descripciones del paisaje propio de la región.  Entre ellos se encuentran Julio Cano Montoya, Eduardo Martínez Villegas y Manuel Felipe Calle.  Para este grupo de escritores, las montañas, los guaduales, el pueblo en formación y sus habitantes no constituían escenarios y ambientes dignos de inspirar gran literatura:

“No puede negarse que nuestro ambiente es impropicio para el desarrollo sentimental y el gusto estético del poeta.  La carencia de paisajes, el mercantilismo exagerado, las dificultades para efectuar los cuotidianos paseos con los que se renuevan las perspectivas y el espíritu se amplía e indispensables para aquellos que beben de la Naturaleza, a grandes sorbos, el alimento de la fantasía como al torrental, el agua pura bebe el sediento caminante: el poeta, ese caminante del ideal, el bohemio de un país desconocido que dijera Jorge Mateus, bebe con delirio en los rojos crepúsculos, en las aguas serenas, en el silencio de la media noche y en el ritmo de toda naturaleza el licor vivificante que le da vida a sus ilusionadas ensoñaciones”.[3]


A estos pioneros les sucedió un grupo que conserva rasgos del romanticismo, pero explora nuevas fuentes como el costumbrismo y el modernismo.  El rasgo esencial de esa generación fue su interés por describir en lenguaje vernáculo, la tierra, los sucesos, los personajes y las preocupaciones o despreocupaciones del pueblo que ansiaba convertirse en ciudad.  Literatura de caminos recorridos a lomo de mula por arrieros hiperbólicos y de pueblos enamorados de su propio progreso.  Nacidos en su mayoría en Pereira, estos jóvenes provenían en su mayoría de hogares de pequeños comerciantes o agricultores sin abolengo, con el capital suficiente apenas para educar dignamente a sus hijos.




Cuando esta generación hizo su aparición en el panorama literario de Pereira, a finales de la década de 1920, no fue bien recibida en la ciudad, que percibió a sus integrantes como destructores de una belleza heredada:

“El derrumbamiento total de nuestra cultura literaria, provocado con la muerte de Julio Cano y Eduardo Martínez, dio paso al verso rústico y gastado que dormía el sueño de la nada en los bufetes de los copleros.  Estamos de capa caída y la literatura se desperfecciona cada día más como en aquellos tiempos en que escribía Luchini el bohemio y Enrique Paneso el desgarbado sonetista que actualmente es un cero en los recovecos de Calarcá.  Nada más desconcertante que este avance melancólico de la producción bizantina que nos pueden ofrecer un comerciante de camiones, un modesto mecánico y un agricultor curtido al sol meridional de los trópicos en los cafetales de Huertas.
La necia vanidad de algunos residuos sociales los hace soñar con la gloria como si fuera tan fácil conquistarla.  Y no pasarán de ser escritorzuelos puramente locales de una casta preagónica y anormal que se atormenta inútilmente ante el paso de la generación que triunfa; es desconsolador que medios como el nuestro de una sociedad preparada para la actividad literaria más intensa y brillante, se hallen dominados por cuatro o cinco temperamentos grotescos que viven en una orgía de vanidades”.[1]


domingo, 9 de junio de 2013

Presentación de Anónimos, de Alan González. Obra Ganadora de la versión veintinueve del Concurso Nacional de Novela Aniversario Ciudad de Pereira

Por Susana Henao Montoya

En primer lugar quiero expresar mi sentimiento de alegría por poder participar de esta fiesta de la palabra y por eso doy las gracias al Instituto de Cultura y las autoridades pereiranas, por asumir esta tarea de impulsar con decisión la literatura de la región.

Cuando Alan me pidió presentar su novela me sentí absolutamente cómoda a la vez que honrada por la confianza depositada en mí para hablar con ustedes acerca de ella. No conozco a Alan de manera muy cercana, pero de cierta manera sé quién es, pues lo encuentro siempre en escenarios poéticos, en tareas editoriales y adivino en su mirada la fiebre literaria que, creo, debe acompañar a un escritor. Transita por la poesía, el teatro, la narrativa y el ensayo, pero me parece reconocer su alma de poeta en su capacidad para crear imágenes vívidas, tanto si su intención es conmovernos como horrorizarnos.

Situada en la tradición vanguardista de la novela latinoamericana, ANÓNIMOS es una novela contemporánea que hace palpable la  presencia de las palabras porque el lenguaje no pasa desapercibido en la ficción, no se transparenta como en los discursos cotidianos, sino que adquiere un aura encandilada, que necesita la complicidad del lector para completar el sentido, para entender la disposición de la trama que apenas está esbozada. Un metarrelato hecho de fragmentos en los que aparecen un Él y una Ella hechos de trozos sustantivos y adjetivos más que de carne y hueso. Una novela que es un diario, un cuaderno de notas, un esbozo de escritura, un borrador desde el cual se trazan las vivencias de unos personajes que no intentan ser personas, que no tienen nombre, dos anónimos que pueden ser habitantes cualesquiera de la ciudad. Un Él y un Ella que parecen nacer del poema de Nicolás Suescún con el que se abre el texto.

Creo que es sólo esta trama de creación, trama sobre el trabajo mismo de la escritura lo único que une los distintos episodios de la novela, pero que sin embargo como técnica posee un gran poder expresivo: el poder de soslayar la historia pasada de los personajes, para que los fragmentos de memoria basten para comprender de qué se trata el drama de las vidas plasmadas en el texto. Nacer del poema es nacer ya hecho, sin posibilidad de cambiar el destino, sin posibilidad de pertenecerse, sin posibilidad de construir un yo humanizado porque el poema del que se nace es desgarrado. El poema que da nacimiento a la novela y a él; habla de un ser de otro mundo, inocente y leve que no encuentra lugar, extraviado en el andar, y en el sentimiento, errante en los distintos escenarios a la vez agresivos y seductores de la ciudad.



Ya otras novelas nos han planteado este problema del personaje a medio camino  entre la mente del autor y la vida cotidiana. Recuerdo LA HORA DE LA ESTRELLA de Clarice Lispector y de cómo en las primeras páginas emerge un personaje que nace de la imaginación contaminada de recuerdos literarios y fragmentos de memoria de la autora. En esta novela vemos la transfiguración de Clarice mientras va dejando que su personaje se apodere de ella y hable y sienta a través suyo. También en ANÓNIMOS el personaje se sobrepone al autor desde el comienzo, y las palabras salen de la cotidianidad prosaica para hacernos entrar en el mundo pavoroso y mágico de la noche en las orillas de las ciudades.

Un aire de pesadilla sostiene la respiración de estas criaturas separadas de la naturaleza, deshumanizadas por la pobreza, la violencia, la drogadicción, la locura, la soledad, el simulacro social, el sexo sin deseo, toda la lista de lo que enajena el espíritu humano en esta y muchas otras ciudades del planeta. La emoción está ahí, también el sentimiento, pero paradójicamente fluyen de manera maquinizada porque tanto el cuerpo como la mente se han deformado al contacto con la dureza del concreto en la ciudad. Sobre todo la mente porque ella le declara la guerra al orden establecido y las necesidades del cuerpo pasan a ser las únicas que se resuelven en el sopor del andar entre los laberintos urbanos.

Como también la ciudad toma relevancia insoslayable en el texto, no podría dejar de señalar lo siguiente: Ya la escritura risaraldense había pasado por la creación de las imágenes de ciudad heroica, ciudad cívica, ciudad laberíntica, ciudad inocente, pero ahora una y otra vez comienza a aparecer una literatura que reconstruye la realidad de sus orillas, la realidad de una ciudad lobo, escuela y guarida de seres que no se pertenecen, porque la ciudad es como una herida en la naturaleza que no acaba de sanar. En palabras del autor:

“Levanto la mirada y veo las montañas, veo esos volcanes del invierno perderse en el dilatado horizonte de capas de niebla, tienes que dejan a su paso grumos de vapor; acuarela azul clara desde un extremo; al dar media vuelta las cordilleras de luto, y la ciudad toda ella ruge en su vago lamento geométrico; el musgo, los árboles: el tapiz de un velo de sombras ondeantes que rodeaban la áspera cicatriz cementosa, palpitante de alarmas y luces….y prisa….”

Quizá haya quienes sientan estas visiones como una traición. Pero por fortuna la mayoría de los lectores reclaman otras imágenes de la ciudad. Ya no se perciben a sí mismos como provincianos para quienes la literatura operaba como el folklor, como un instrumento de exaltación al orden establecido o como remembranza de tiempos más gloriosos o tal vez no más gloriosos sino sólo más doctrinarios. Estos nuevos lectores buscan el resquicio, la fractura, la grieta por donde el alma humana grita para decir, con palabras nuevas, los antiguos murmullos de la deshumanización. Y aquí, la novela de Alan se acomoda bastante bien. Sorprende por su agilidad, la renovación en las figuras literarias, sinestesias, metáforas y formas de la ironía (meiosis) que le imprimen sello nuevo al tema clásico del hombre enajenado. También llama mi atención el hecho de que un autor tan joven pueda interactuar con tanta solvencia con imágenes plásticas no sólo construidas a partir de su propia audacia con el uso del vocabulario, de cierta fidelidad a la música del sonido antes que a la llamada del significado.

La intertextualidad con obras de arte de pintores cuya obra nos han dejado atisbar a través de la puerta del infierno como Goya, el Bosco, refuerzan la idea de que las palabras aquí remiten a su naturaleza plástica más que a sus significados tradicionales y por eso no buscan echar un salvavidas a los personajes para que puedan llegar a pertenecerse, sino que las palabras están al servicio de una técnica inscrita en la tradición del horror. Palabras del cuerpo, del dolor, de las cadenas.




Es pues un libro audaz, que acerca temas y técnicas a los lectores jóvenes de nuestra ciudad, no sólo por el alto grado de autoconciencia escritural, sino porque se convierte en la invitación a la renovación de los lenguajes literarios, el abandono definitivo del candor romántico de las literaturas más tradicionales para entrar definitivamente en la era en la que como dice Paul Auster: el lenguaje no es el equivalente a la verdad; es nuestro modo de existir en el mundo.


*Este texto ha sido cedido por el autor de ANÓNIMOS, Alan González Salazar, autorizado a su vez por la profesora Susana Henao Montoya

lunes, 20 de mayo de 2013

La poesía de Lisímaco Salazar


Lisímaco Salazar nació en Pereira, 1898 y esta ciudad dejó de existir en 1981. Contemporáneo de Luis Carlos González, los unió además de la poesía, una amistad entrañable, plasmada en cartas que permanecen inéditas.

Poeta, sindicalista y tipógrafo, Lisímaco dirigió en Pereira publicaciones como El Estro, Colombia Intelectual, Los Derechos y Bandera Roja. En ellas y en otras usó los seudónimos “Fedor” y “Fray Camilo”. 



Sobre su único libro publicado, Senderos (Biblioteca de Autores Caldenses. Vol. 26. Manizales: Imp. Departamental de Caldas, 1965), escribió Bernardo Trejos Arcila:

“Lisímaco Salazar no ha hecho concesiones  al grupo imperante.  Quizás por esto no ha sido ni será un poeta de moda.  Pero en cambio, es honestamente sincero, y una bullente y varia sensibilidad discurre amplia y desembarazada por esos poemas que, ora adoptan forma de endecha sentida o confidente madrigal para cantar a la mujer amada, como en su colección de sonetos; ora se colman de impávido arrojo para protestar contra la injusticia social en “Miseria”; o aflora en ellos, de improviso, cierta fina socarronería, como en algunos de sus Romances; y hasta la bohemia romántica de antaño tiene su muestra en “Con arrestos de Guapo”.

SENDEROS es entonces, el itinerario sentimental del poeta.  La ruta de su emoción.  Es a manera de autobiografía o breviario interior en donde cada momento de la vida personal del vate ha quedado jalonado por la piedra miliar de una rútila estrofa”.

Ofrecemos a continuación una muestra poética de Lisímaco Salazar:


INVOCACIÓN AL DERECHO

No es ciudadano, ni feliz, ni bueno,
y vive de congojas y de tedio,
el que deja las lindes de su predio
para meterse en el cercado ajeno.

El que cree que su vida lleva en pleno
por este triste y miserable medio,
es alguien que no tiene ya remedio;
es áspid que inocula su veneno.

Distingamos el PROPIO, el NUETSRO, el MIO
del DE AQUEL, del AJENO y sin desvío
ya podemos decir en el camino,

Como dijo el filósofo altanero:
aquí acaba el perfil de mi lindero
y aquí empieza el lindero del vecino.




EL TULIPÁN

Cerca al despacho donde yo trabajo
existe un tulipán de hojas escuetas,
que por tiempos es rico de macetas
y por tiempos es pobre hasta de un gajo.

Este árbol viejo, sin querer, me trajo,
en el camino de mi vida, inquietas
recordaciones, que, cual mil saetas,
se llegan al dolor mísero y bajo.

Como este tulipán, tuve frondosas
hojas y flores que, rodando airosas
llevóse el viento en su infinito anhelo.

Mas hoy, árbol senil, sin flores rojas,
sólo soy un chamizo ya sin hojas,
buscando a Dios en la mitad del cielo.



LUCRECIA

Mientras Aura, mi mujer
limpiaba el rostro a la casa.
Mientras mi madre le hacía
le hacía la permanente a las camas,
iba yo hasta la cocina
con un sigilo que pasma
y le tocaba a Lucrecia
sus dos formas camufladas.

Lucrecia fue la sirvienta
más buena que hubo en mi casa.

Lucrecia se fue doblando
como un junquillo en el agua,
porque la pobre Lucrecia
nació en laguna de plata;

Por eso es que sus raíces
tienen el color del nácar
y por eso es que su tallos
los dobla el viento pirata.

Pero una tarde – recuerdo-
vi que Lucrecia lloraba
con un dolor que era pena,
con una pena que era alma.

A la mañana siguiente
el silencio era su cama;
el fogón un hemisitiquip
sin una sola palabra.
Sobre un estante ya viejo
las hortalizas cansadas,
mirando hacia todas partes,
por Lucrecia preguntaban.

Ni mi mujer, ni mi madre,
ni persona de la casa
pudo, en aquella emergencia,
pronunciar una palabra.

El tiempo que es un verdugo,
el dolor que es un pirata
y, en fin, la casualidad,
una paloma sin alas,
me pusieron una tarde
frente a frente a la mucama
a quien toqué en tiempos idos
sus dos formas camufladas.

Lucrecia no era ni sombra
de la fámula de la casa.
Era como un hemistiquio
sin una sola palabra.

Como Dios, hizo la vida
y en su vientre la llevaba.

Lucrecia fue la sirvienta
más buena que hubo en mi casa


CON ARRESTOS DE GUAPO
(Fragmento)

Con arrestos de guapo, vocación de pirata,
cabalgué los corceles de la tierra moruna
y reté muchas veces a la pálida Luna
a embestir a la Tierra con sus cuernos de plata.
Trepé lomas enormes, crucé inmensos caminos,
me posé sobre cerros que el destino me irroga;
cual vaquero del mundo le abrí guasque a mi soga,
y enlacé los picachos de los cerros vecinos.

Y fui Dios. Creé vidas con mis locos placeres,
a pesar de mi forma incomplexa y enferma.
Si millones de óvulos recibiesen mi esperma,
crearía en el mundo sextillones de seres.

Pereirano, poeta, bebedor, vagabundo,
arranqué de la vida, sin saber, varios quistes.
Me burlé de los ríos por pequeños y tristes
ante el piélago inmenso de los mares del mundo.
 

sábado, 6 de abril de 2013

LA POESÍA DE JULIO CANO MONTOYA


Autor de la letra del “Himno de Pereira”, con música del Maestro Luis A. Calvo.  Falleció en Pereira el 16 de diciembre de 1929.

De su libro de poesía “Brotes de Rebelión y voces sumisas” (1917), impreso en Pereira en la Tipografía Nariño, no se halla copia en Pereira y sus inéditos desaparecieron de las manos de sus herederos.

Julio Cano fue considerado el poeta más importante de Pereira durante la primera mitad del siglo XX y fue olvidado paulatinamente, a medida que brilló cada vez más con luz propia Luis Carlos González Mejía.

Ofrecemos una breve muestra de la poesía de Julio Cano Montoya.





SÍMBOLO


Es un ciprés mi corazón, y tristes
Aquí en su cementerio,
Cubre su sombra multitud de tumbas,
Con multitud de muertos.

El viejo enterrador del camposanto
De mi alma es el tiempo;
Y él es quien a la sombra de esas ramas
                               Sepulta mis afectos.

Todas mis ilusiones y mis dichas
Ha tiempo que murieron,
Y a todas las abriga cariñoso
                               El ciprés de mi pecho.

Él seguirá guardando entristecido
Sus venerables restos,
Y regando sus hojas como lloro
                               Sobre sepulcros yertos.

¡Mas, como al fin, por el dolor vencido,
Irá su tronco al suelo,
Sus ramas, como cruces en las tumbas,
Pondrá el sepulturero!



EL GALLINAZO

Su baja condición sin pretensiones,
No le impide volar en una altura
Donde su pobre vida esté segura
De todas las humanas agresiones.

Y, desde allá lanzar sus deyecciones
-para consolación de su amargura-
Sobre la microscópica figura
De los que abajo, usamos pantalones.

Pero él, el gallinazo, no es un necio;
Y mientras se le mira con despreio
Cuando baja a la tierra; inteligente

Inspector del aseo, sin reposo,
-de su misión higiénica celoso-
Limpia las inmundicias, diariamente



NUPCIAL

Barre la noche con materno instinto
Los lívidos celajes postrimeros,
Y en la desolación de los potreros
Tiende su manto de negruras tinto.

Luego, al través del lóbrego recinto,
El cielo acribillado de luceros,
Con brochazos de luz, en los esteros
Borda un maravilloso laberinto.

Solloza el agua, convulsivamente,
Con los húmedos besos del ambiente
Saturados de voluptuosidad…

Y sobre sus idílicos amores,
Vibra un epitalamio de fulgores
En las pupilas de la inmensidad.



PAVESAS

Al hacerle la autopsia los doctores,
Queriendo averiguar de qué había muerto,
El pobre loco aquél, tan conocido
                               De todos en el pueblo;

Hallaron en el sitio, en que debiera
Estar el corazón, un trozo negro
De una materia blanda, que aún olía
                               A carne puesta al fuego.

Con esta rara novedad, quedaron
Los eminentes médicos, perplejs,
Y casi habían perdido la esperanza
De aclarar el secreto

Cuando el doctor más joven, y por ende,
El más curioso observador, entre ellos,
Buscando en la cartera del difunto,
                               Les revelo el misterio.

¡Allí guardaba escrita el desdichado,
Toda la historia de su amor primero,
La historia de un amor infortunado
                               De lágrimas de duelo!

Pues, según constan allí, la ingrata aquella
Que extinguió la razón e su cerebro,
No hizo caso jamás de sus amores
                               Ni le escuchó sus ruegos

…..

¡Y entonces fue el diagnóstico seguro;
Según unánime opinión entre ellos
Carbonizole el corazón, no hay duda,
Al loco aquel, de su pasión el fuego!



A PEREIRA

Con motivo de la llegada de la primera locomotora

                                     Para don Valeriano Marulanda



Patria, de pie, mirando hacia la altura!
Que ya tocó a tus puertas el progreso:
Digno huésped que llega en tren expreso
A rendirle tributo a tu hermosura.

Con tu característica ternura,
De anhelo juvenil en un exceso,
Pon en la frente del viajero un beso
Que lo una a ti, con férrea ligadura.

Y que la avive el fuego de tus venas,
Y rompa para siempre las cadenas
Que te ligan al vil estancamiento

Del prejuicio vulgar; y, de la mano
Con el perinclito Progreso humano,
Vueles en pos de un libre advenimiento.

martes, 5 de marzo de 2013

PRESENTACIÓN DE “DIARIOS ÍNTIMOS”, DE YORLADY RUIZ LÓPEZ



 Por Mauricio Ramírez Gómez

El ejercicio de la literatura, y en especial el de la poesía, exige al autor honestidad y la voluntad expresa de querer correr los riesgos que este oficio implica.  La literatura es espejo, para el autor y para los lectores.  Revela a cada uno sus deseos y sus temores, y al mismo tiempo los conjura.  No es oficio para fingidores, sino para valientes que no aceptan que su existencia les arranque las entrañas todos los días, y luchan por hacer de ese combate un grito auténtico de libertad, que se oiga en muchas millas a la redonda.

Ese ha sido el empeño de Yorlady Ruiz López.  Es una mujer, que ante todo, disfruta siéndolo.  Es una artista que sufre por no poder entregarse de lleno al arte, y vivirlo, sin las afugias de la vida cotidiana.  Es una poeta que teme que la poesía la seduzca demasiado.  Es la amiga de sus amigos.  La he visto de cerca batallar sola, contra sus propios miedos, sin amilanarse.  La ha mantenido en pie su rebeldía, que la ha llevado a explorar y experimentar con formas de arte prácticamente desconocidas en Pereira, como el performance; o que la ha llevado a ofrecernos poemas como los que componen el libro “DIARIOS ÍNTIMOS”.  No le gusta el escándalo, pero no lo rehúye, siempre y cuando enriquezca su propio proceso vital y artístico.  Su verdadero placer lo encuentra en la provocación.

Y es precisamente en la provocación donde reside la importancia de estos DIARIOS ÍNTIMOS.  Provocación entendida como un cuestionamiento a la pretendida moral que condena a las mujeres que expresan y defienden su placer, pero acepta, e incluso justifica en silencio, el maltrato físico y sicológico, e incluso la violación.  Este libro es una reivindicación del deseo de la mujer.



Cuando leí este libro por primera vez, encontré algo diferente en relación con la poesía escrita por mujeres que había leído antes.  Difícilmente se verifican en esa poesía intentos por vencer el tabú de considerar el cuerpo del otro como una fuente de placer perdurable.  El sexo no se revela como un goce de la vida, sino como un interrogante, una ausencia, un ideal, un dolor, una evasión.  El cuerpo del otro, o de la otra, condiciona, atrapa, duele, porque vive, goza y existe, a pesar de quien lo desea o lo ama.

DIARIOS ÍNTIMOS es el libro de una mujer que quiere ser libre y que lo dice.  Por eso se burla de los clichés, detrás de los cuales se oculta un deseo castigado por el temor al juicio o al escarnio público.  El placer sexual y el erotismo son sinónimo de goce, de plenitud.  El cuerpo del otro no se idealiza, sino que se vive, se disfruta.  No existe la preocupación por las normas del cortejo o de la cortesía.  Bastan un sí y el deseo.  Quizás porque existe la conciencia de que nada hay más auténtico que el deseo de placer, pues parafraseando a Octavio Paz, aquél que conoce el placer no quiere ya otra cosa.

Sin embargo, no puede entenderse este libro como una oda a la instrumentalización del cuerpo o del placer.  El otro existe, debe seducir, hacerse merecedor al grado de “víctima”.  No le basta con su “apetitosa belleza”, como lo aclara en su poema Del vértigo

Necesito de nuevo la cantera,
la pica de palabras,
la sopa de letras,
embriagarme en otras bocas,
tragarme un muchacho duro
que me duela en la garganta.

Es necesario que ahogue
mi sexo en sexos, mi boca en bocas
(amable diversidad que me anda tentando)
pero van pasando las noches
y dedico mi tiempo
a la ardua cacería de insectos
que conversan y lamentan su destino.


El lenguaje usado por Yorlady en DIARIOS ÍNTIMOS es tan vertiginoso como el de sus libros anteriores.  Sin embargo, quien la haya leído antes, advertirá que el vértigo de este libro es menos provocado por las enumeraciones, y más por las imágenes.  En este libro las palabras y las imágenes atentan contra el decoro, dicen lo que las mujeres callan: Si los seres humanos son efímeros, también es efímero el placer que sus cuerpos proporcionan.  Somos más de seis mil millones de cuerpos deseosos en todo el planeta tierra.  ¿Cómo no querer jugarse siempre en esa “ruleta de cuerpos” que Yorlady evoca en uno de sus poemas?


El título de DIARIOS ÍNTIMOS dado a este libro no pudo ser más preciso, pues se trata, en efecto, de poemas escritos como confesiones íntimas.  Hace poco apenas, recordé que este interés de Yorlady por los diarios íntimos, y en especial aquellos de mujeres, venía de tiempo atrás.  No es un libro espontáneo, sino el resultado de una inquietud por aquello que encierra el acto de confesarse secretamente en páginas que de repente nos explotan en la cara, haciéndonos ver lo que no veíamos antes: el drama de quienes las escribieron y ya no están.  Esa especie de desnudez reafirma la convicción de que nadie escribe para sí mismo.  Escribir es un acto social. Y en ese sentido, quizás no haya algún texto más subversivo que un diario íntimo.  En ellos, como nos lo resume la autora:

Cada cuadro es un diario, no es negro porque una tinta lo bañe de negro, es negro porque está lleno y también bañado de tinta.  Cada día lleno mi vida de vida para extinguir el límite del vacío, de la muerte.

Agradezco a Yorlady el honor de dejarme presentar estos DIARIOS ÍNTIMOS, que estoy convencido, será un libro importante en el panorama literario de Pereira, y la llevará a lugares insospechados. Yo espero que tenga la posibilidad de llegar a las manos de muchos lectores, porque solo en la medida en que esto ocurra se podrá determinar cuán acertado fue el fallo del jurado que lo dio como ganador del Concurso de Escritores Pereiranos 2012.

Para terminar, quisiera llamar de nuevo la atención de ustedes sobre la necesidad de instaurar un diálogo entre nosotros, y de nosotros con el pasado.  Para lograrlo, debemos difundir ampliamente estas obras y promover su estudio.  Tenemos autores que a pesar de publicar libros frecuentemente, permanecen inéditos, porque son ellos mismos quienes deben hacerse cargo de la difusión, sin la ayuda de las Oficinas de Cultura ni de las Universidades ni de los medios de comunicación.  Tenemos imprentas, pero no editoriales.  Tenemos concursos que entregan buenos premios, pero sus ganadores siguen permaneciendo en el anonimato, porque los libros no se distribuyen ni se reseñan profusamente en las principales publicaciones del país.  Así es imposible configurar una literatura que haga que unos autores, o al menos unas obras, se vuelvan imprescindibles en los libros de historia, en las antologías y en los estudios críticos de la literatura colombiana.  Tenemos, pues, mucho por hacer.

En la medida en que tengamos más y mejores publicaciones, eventos, propuestas estéticas, y en general, espacios para la difusión de los autores pereiranos, tendremos mayores posibilidades de figurar en el contexto nacional con obras realmente valiosas, que hablen de lo que somos y de lo que soñamos como comunidad.  Y podremos dejar atrás la mezquindad que nos lleva constantemente a querer acabar con las iniciativas exitosas o a silenciar a los autores, sencillamente porque no están de acuerdo con nuestros preceptos políticos, estéticos o religiosos.  Somos solidarios hasta el momento en que otro hace las cosas mejor que nosotros, pues de inmediato nos convertimos en su mayor obstáculo.  Se nos olvida, como escribió Eduardo López Jaramillo, que “no es apagando faros como se construye una cultura, sino encendiendo otros nuevos”.

DIARIOS ÍNTIMOS es hoy motivo de orgullo para los amigos y las familiares de Yorlady.  Esperemos que comience a serlo también para la ciudad.  Eso queda en manos de los lectores.



Pereira, febrero 1 de 2013

sábado, 12 de enero de 2013

"Homenaje a Hugo Ángel Jaramillo"

Por EDUARDO LÓPEZ JARAMILLO

En el imaginario panteón de los pereiranos, fulguran varios nombres que forman parte de nuestra memoria por muchas entrañables razones.  Algunos corresponden a los fundadores y pioneros, quienes manifestaron la tenacidad de levantar sus moradas en medio de una naturaleza exuberante, a orillas del río tutelar e inmersos en dificultades.  La mayoría de los nombres en ese firmamento corresponden a forjadores de riquezas materiales o de progreso.  Sin que olvidemos a quienes fueron gestores de civismo y maestros de civilización, pues dulcificaron las costumbres más rudas, sembrando en los espíritus semillas de convivencia.  La luz estelar de estos pereiranos ilustres es la de sus propias virtudes: llámense ambición, trabajo, superación personal, inteligencia o conocimientos.  Todos comparten el mérito de haber luchado para engrandecer la ciudad, entregando sin egoísmo el legado de sus creaciones -razón que hoy los hace dignos de ser recordados.  Pero solamente tres de esas luminarias encienden sus nombres con los fulgores de la literatura: el poeta Luis Carlos González, el novelista Benjamín Baena Hoyos y el ensayista Hugo Ángel Jaramillo.

Siempre han existido poetas en nuestro medio.  Algunos de ellos fueron hombres de cultura superior.  Sin embargo, el laurel de la poesía estará siempre presidido por Luis Carlos González.  Es el poeta de todos y su obra está amorosamente unida a la historia de Pereira.  En alas de la canción, sus poemas han traspasado las fronteras, haciendo resonar el nombre de nuestro solar en incontables latitudes.  En la poesía del Maestro está viva la historia de una aldea que se convirtió en ciudad y que interpretó sus bambucos henchidos de amor y de paisajes, compuestos con discreta ironía, como preguntando en voz baja quién escribe los versos. Si algo despertó la admiración de sus contemporáneos fue su facilidad para entonar, siempre inspiradamente, la música de las palabras.  Pereira tendrá en adelante otros poetas -más profundos, de más rica espiritualidad-, pero ninguno como Luis Carlos González volverá a ser reverenciado en calidad de genio del lugar.  No es poca la gloria para un escritor cuando pensamos que la inmortalidad consiste en no ser olvidados por quienes nos aman.

"El río corre hacia atrás" sigue siendo hasta el presente la mejor obra narrativa escrita por un pereirano.  Benjamín Baena Hoyos, su autor, fue también poeta de noble y refinada inspiración, con acendrado dominio de las formas métricas.  Pero la cúspide de su trabajo creador es esta novela, que trabajó durante años, en cuyas páginas cuenta una historia de contenido social.  Saga de tiempos colonizadores, cuando se trabajaba desde el amanecer descuajando montañas, abriendo caminos y sembrando bondades, para después encender modestos fuegos al amparo del crepúsculo, en chispeante conversación con los luceros que empezaban a encenderse en el cielo.  Una enamorada descripción de nuestra geografía, expresada en bellas y claras metáforas, vuelve significativas las hazañas de sus personajes y parece compensarlos por sus muchos pesares.  Así como la poesía de Luis Carlos González encuentra resonancias en las del cartagenero Luis Carlos López o del mexicano López Velarde, la novela de Benjamín Baena Hoyos pertenece a la mejor escuela narrativa del Gran Caldas, para la cual escribió en amistosa emulación con Adel López Gómez en Manizales o Humberto Jaramillo Ángel en tierras del Quindío.  Debido a su misma condición de escritores, el poeta y el novelista pereiranos encarnaron en su época una dimensión intelectual y ejercieron entre nosotros la crítica, que Luis Carlos manifestó con benigna ironía frente a la ingenuidad de la aldea y el doctor Baena Hoyos con telúrico clamor de justicia social.

Después del canto y el cuento, es propio del espíritu que florezca el pensamiento.  Nos parece que Hugo Ángel Jaramillo representa en esta trilogía de maestros, la aparición de un intelectual de extraordinario valor, que dejó testimonio de sus exploraciones en distintos campos del conocimiento, abriendo inéditas posibilidades para nuestro saber y enriqueciendo el concepto mismo de pereirano con una mayor universalidad. A él le debemos nuestra conciencia comunitaria, la explicación histórica de nuestro devenir y hasta la fascinación por explorar las raíces de América, como quien consulta oráculos para el futuro.  Numerosos fueron los temas de alta cultura que desvelaron a este pensador -apasionadamente inmerso en el acontecer ciudadano como un faro brillante-, pero sus desvelos tuvieron como propósitos elevar las mentes y proponer una comprensión más amplia de nuestra realidad.  Está muy cercano el momento de su humana pérdida, para que estas palabras no estén todavía preñadas de emoción. Mas no creemos equivocarnos al interpretarla como una emoción colectiva, cuando consideramos que su muerte se llevo parte de nosotros mismos y que la ciudad resulta hoy empequeñecida, tan sólo porque no alienta entre sus calles este hombre de bien.

La pobreza material y el sufrimiento fueron las hadas dolientes que acompañaron su primera infancia, pero aún en medio de las vicisitudes de aquellos tiempos difíciles, su espíritu de niño atendió los murmullos de su propio destino y comprendió que la lucha por la superación personal era razón suficiente para vivir y engrandecerse. Cuando tuvo que abandonar la escuela primaria, ocupándose de menudos trabajos para contribuir a la manutención de los suyos, doña Amelia, su dulce progenitora, le enseñó que con la lectura aseguraría para siempre los beneficios que pudiera negarle la educación escolar.  A falta de novelas de aventuras o de las animadas ficciones que alimentan los espíritus párvulos, Hugo empezó leyendo en la sabiduría de los clásicos, las lecciones que toda su vida convirtió en ejemplo.  Las "Vidas" de Plutarco, los diálogos platónicos sobre la amistad, la estética o el pensamiento, las disquisiciones filosóficas de Voltaire, fueron esas primeras lecturas, permanentes, con las cuales cimentó en su alma los entusiasmos de la libertad. Cuando contaba apenas diez años, en esta misma plaza, en medio de una multitud magnetizada por el verbo de Jorge Eliécer Gaitán, Hugo Ángel Jaramillo agitó jubiloso una roja bandera, entre cuyos pliegues podía desaparecer muchas veces su cuerpecito infantil.  Quien desee entender al hombre y al intelectual que aquí honramos, no debe pasar por alto la sencillez de esta anécdota.

Hugo Ángel Jaramillo


Como aconteció con Lisias o Cármides, los armoniosos jóvenes de Platón, Hugo dedicó también en su adolescencia y su primera juventud, muchas horas al cultivo del cuerpo en palestras y estudios, hasta convertirse en atleta destacado y dirigente deportivo del Gran Caldas. Fruto de esa práctica estudiosa son los significativos volúmenes que consagró al deporte, con sus diversas disciplinas y manifestaciones. Temas como los juegos de Olimpia, la cronología de sus vencedores, la descripción de todas las contiendas deportivas conocidas, los aspectos médicos y psicológicos del deporte, sus repercusiones a nivel social o cultural, fueron abordados por este escritor con lujo de información y competencia.

Dos de esos libros merecen una mención especial.  El primero, "El deporte en la Antigüedad Clásica" por su honrada comprensión del fenómeno agonal entre griegos y romanos, tan diferente de lo que puede ser la práctica deportiva de hoy, cuando esa actividad se reparte por igual entre empresarios, publicistas y medios de comunicación.  El segundo se titula "El deporte indígena de América" y es uno de los libros más hermosos que se hayan publicado entre nosotros, por la difícil investigación que presupone y los maravillosos hallazgos que entrega en sus páginas.  Los juegos y contiendas deportivas de nuestros antepasados, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego -cuando ninguna carabela osaba navegar sobre el Océano tenebroso que sepultó a la Atlántida-, traen hasta nuestra imaginación una historia remota, como nunca hubiéramos podido imaginar, minuciosa en sus descripciones y detalles, entrañablemente conmovedora, acerca de esta presentida grandeza que llamamos América.

Y al pronunciar este nombre continental, entramos de lleno en el ámbito de Hugo Ángel Jaramillo, así como en las dimensiones más definidas de su espíritu.  Nadie entre nosotros, por estas latitudes, pudo rivalizar con el en conocimientos sobre América, sobre sus etnias y sus hombres, su pasado fabuloso y su contradictorio presente, sus escritores y poetas, los aires de sus músicas folklóricas, la razón de sus símbolos y la sinrazón de sus defectos.  América fue para Hugo Ángel Jaramillo el espacio mental sobre el cual sobrevoló, poderoso y agitado, su pensamiento.

Por eso sus palabras fueron escuchadas con respeto, donde quiera que el tema de América se impuso a la comprensión de los hombres.  En Ciudad de México o en Viena, ante exigentes auditorios, pronunció este escritor palabras de amor o de befa, cuando se debatía sobre la expoliación o el futuro de nuestro continente.  Obras tan importantes como "Los falsos apóstoles de América", o especialmente la intitulada "El encubrimiento de América", son aportes de valor inestimable para la cabal comprensión de la realidad americana, tan contradictoria y apasionante a un tiempo, tan pródiga de sus luces ancestrales y tan oscurecida por la interpretación europea.  Estos libros hacen de Hugo Ángel Jaramillo un escritor de dimensiones continentales, puesto que de su lectura podemos aprender todos los habitantes de América.  Y las lecciones que de ellos atesoramos, conservan el sello indeleble y escaso de la auténtica dignidad.

            Pero también fue Hugo Ángel Jaramillo un escritor vernáculo, humanamente enraizado en su terruño natal, cuyos aconteceres conoció como pocos y para cuya celebración escribió cuatro volúmenes de historia.  En ellos se refirió a la etnia Quimbaya y recogió todos los documentos que pudo reunir sobre esta villa, sintetizando metódicamente cuanto trascendiera la simple anécdota: desde los cronistas hispánicos y las páginas memoriosas de nuestros primeros historiadores, hasta los anales de la Sociedad de Mejoras.  Su búsqueda tuvo una motivación: descubrir las razones de nuestra personalidad más secreta.  Y entonces reveló que el doctor José Francisco Pereira Martínez fue también un intelectual, que cuantos le acompañaron en la labor fundacional atesoraban en sus almas la luz de la libertad, que aquí se cultivaron tempranamente las semillas del pensamiento laico y el sindicalismo radical.  Más aún, consideró la libertad de costumbres que nos caracteriza como un fruto admirable de la tolerancia, sin la cual es perverso construir relaciones humanas.  Y fustigó muchas veces la envidia, esa cizaña que no debe crecer entre los pereiranos.  En sus últimos años, en plena madurez intelectual y humana, Hugo Ángel Jaramillo se convirtió en la conciencia viva de la ciudad, compartiendo ese honor solamente con nuestro poeta, don Luis Carlos González.  Singular destino el de nuestra Pereira apenas adolescente, que ya encontró el cantor de sus afectos más hondos y el historiador que supo revelar los perfiles de su futura identidad.

(Palabras pronunciadas por el autor en la Plaza de Bolívar de Pereira, el 3 de junio de 1999, en ocasión del homenaje que tributó a la Memoria del Escritor Hugo Ángel Jaramillo la Alcaldía de Pereira)

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