Prólogo al libro "Pedacitos de historia, de Lisímaco Salazar
El 24 de agosto de 1863, cuando
los caucanos al mando del presbítero Remigio Antonio Cañarte arribaron a
Pereira provenientes de Cartago, encontraron en este territorio algunos
asentamientos de personas dedicadas fundamentalmente a actividades
agrícolas. Se vivía en un aislamiento
roto solamente por las noticias de los viajeros que informaban sobre las
guerras y los cambios en el país y en el mundo.
El entretenimiento no iba más allá de las largas conversaciones, luego
de las labores cotidianas:
“Las dificultades en las tareas diarias en la
lucha contra la selva culminaban hacia las cinco de la tarde cuando los hombres
adultos suspenden el trabajo y regresan al rancho.
Pero a las siete de la noche, después de
“arreglar cocina”, toda la familia se reunía alrededor del fogón y en este
agradable ambiente los adultos narraban sus experiencias (…)
Las tertulias nocturnas alrededor del fogón
permitieron la creación de mitos, leyendas, fábulas y espantos los cuales
surgieron de hechos reales pero aparecían envueltos con el ropaje de la
fantasía popular. (…)
Los cuentos del proceso de colonización se caracterizaban
porque eran narrados por adultos para adultos, aunque los niños también eran
tenidos en cuenta. (…) O sea que aquí se
enriqueció el cuento llevado posteriormente a la literatura. (…)
Cuando se desarrollaron las fuerzas
productivas y aparecieron la arriería, la posada, la fonda y la aldea se hizo
más compleja la vida social, y de la simple reunión familiar se pasó a formas
más sistemáticas de entretenimiento.
Hicieron sus aparición el juego de tute, de dados, la riña de gallos y
los ritos religiosos programados por el sacerdote”.[1]
Después de la fundación de
“Cartago Viejo”, el 30 de agosto de ese año, al naciente poblado llegaron
nuevas oleadas de colonizadores antioqueños, muchos de los cuales establecieron
en esta villa sus bastiones para explotar otras tierras. Tras ellos llegaron los comerciantes y luego
los maestros, los abogados, los ingenieros, los médicos y otros profesionales
que introdujeron nuevos intereses, nuevas preocupaciones y nuevos modos de
vida.
“Teniendo el grupo una cierta homogeneidad
racial, pues en su abrumadora mayoría estaba compuesto de colonos y mestizos, y
no habiendo población negra o indígena, las primeras diferenciaciones sociales
empezaron a existir sobre la base del patrimonio, del dinero.
La llegada a la ciudad de un grupo de
comerciantes y profesionales, a fines de la pasada centuria (siglo XIX) y
comienzos de la presente (siglo XX), introdujo la educación como un nuevo
motivo de diferenciación social.
El grupo dirigente compuesto por propietarios
rurales, comerciantes y profesionales venidos la mayor parte de Antioquia,
tenía una dominante orientación liberal, por cierto no muy específicamente
doctrinaria (…) La cultura poco densa en
sus grupos dirigentes, tampoco daba para plantear conflictos ideológicos de
mucha trascendencia”.[2]
A comienzos del siglo XX, a pesar
de la llegada de hombres mejor formados intelectualmente y dadas las
condiciones todavía adversas del medio, los habitantes de Pereira seguían
privilegiando el trabajo físico y vituperaban la vagancia y la pereza, es decir
el ocio. Las actividades intelectuales
eran bien vistas en las escuelas o cuando tenían como propósito entretener o
amenizar reuniones sociales. La lectura
era un privilegio de algunos pocos que sabían leer y escribir, que podían y
tenían el tiempo de acceder a los libros.
Existían pocas bibliotecas personales, por lo cual la mayoría los
alquilaba donde don Clotario Sánchez, dueño de una considerable colección que
puso a disposición de los habitantes del poblado en su casa ubicada en la Plaza
principal. Los de mayor interés o mayor
poder adquisitivo, se dirigían a comprar a almacenes como los de Alfonso Mejía
Robledo o Jesús Paneso, que entre una miscelánea de artículos, ofrecían algunas
novedades literarias.
La existencia de una nueva élite
alfabeta, trajo como consecuencia natural el interés de los diferentes grupos
políticos por propagar sus propias ideas.
Tanto el partido conservador como los liberales y los republicanos se
procuraron sus propias imprentas. La
primera la trasladó desde Manizales a Pereira el periodista Mariano Botero, en
1904, un año antes de la creación del Departamento de Caldas. Se sucedieron, en consecuencia, gran cantidad
de periódicos con la misma pretensión de abarcar temas como “literatura, intereses
generales, crítica, variedades, avisos”, aun cuando en esencia, todos tuvieran
exclusivas intenciones políticas.
Los pioneros del periodismo y la
literatura en Pereira, la mayoría provenientes de otras latitudes, traían
consigo una formación esencialmente romántica, expresada en la influencia de
autores como Víctor Hugo, Alphonse de Lamartine y Théophile Gautier, entre los
franceses, y José de Espronceda y José Zorrilla, entre los españoles. Gustaban de los poemas y los escritos que
evocaran el amor por la ciudad, el patriotismo, la familia, la tradición y la
religión. Difícilmente se advierte en
ellos una referencia a conflictos sociales o se recurre a descripciones del
paisaje propio de la región. Entre ellos
se encuentran Julio Cano Montoya, Eduardo Martínez Villegas y Manuel Felipe
Calle. Para este grupo de escritores,
las montañas, los guaduales, el pueblo en formación y sus habitantes no
constituían escenarios y ambientes dignos de inspirar gran literatura:
“No puede negarse que nuestro ambiente es
impropicio para el desarrollo sentimental y el gusto estético del poeta. La carencia de paisajes, el mercantilismo
exagerado, las dificultades para efectuar los cuotidianos paseos con los que se
renuevan las perspectivas y el espíritu se amplía e indispensables para
aquellos que beben de la Naturaleza, a grandes sorbos, el alimento de la
fantasía como al torrental, el agua pura bebe el sediento caminante: el poeta,
ese caminante del ideal, el bohemio de un país desconocido que dijera Jorge Mateus,
bebe con delirio en los rojos crepúsculos, en las aguas serenas, en el silencio
de la media noche y en el ritmo de toda naturaleza el licor vivificante que le
da vida a sus ilusionadas ensoñaciones”.[3]
A estos pioneros les sucedió un
grupo que conserva rasgos del romanticismo, pero explora nuevas fuentes como el
costumbrismo y el modernismo. El rasgo
esencial de esa generación fue su interés por describir en lenguaje vernáculo,
la tierra, los sucesos, los personajes y las preocupaciones o despreocupaciones
del pueblo que ansiaba convertirse en ciudad.
Literatura de caminos recorridos a lomo de mula por arrieros
hiperbólicos y de pueblos enamorados de su propio progreso. Nacidos en su mayoría en Pereira, estos
jóvenes provenían en su mayoría de hogares de pequeños comerciantes o
agricultores sin abolengo, con el capital suficiente apenas para educar
dignamente a sus hijos.
Cuando esta generación hizo su
aparición en el panorama literario de Pereira, a finales de la década de 1920,
no fue bien recibida en la ciudad, que percibió a sus integrantes como
destructores de una belleza heredada:
“El
derrumbamiento total de nuestra cultura literaria, provocado con la muerte de
Julio Cano y Eduardo Martínez, dio paso al verso rústico y gastado que dormía
el sueño de la nada en los bufetes de los copleros. Estamos de capa caída y la literatura se desperfecciona
cada día más como en aquellos tiempos en que escribía Luchini el bohemio y
Enrique Paneso el desgarbado sonetista que actualmente es un cero en los
recovecos de Calarcá. Nada más
desconcertante que este avance melancólico de la producción bizantina que nos
pueden ofrecer un comerciante de camiones, un modesto mecánico y un agricultor
curtido al sol meridional de los trópicos en los cafetales de Huertas.
La necia
vanidad de algunos residuos sociales los hace soñar con la gloria como si fuera
tan fácil conquistarla. Y no pasarán de
ser escritorzuelos puramente locales de una casta preagónica y anormal que se
atormenta inútilmente ante el paso de la generación que triunfa; es
desconsolador que medios como el nuestro de una sociedad preparada para la
actividad literaria más intensa y brillante, se hallen dominados por cuatro o
cinco temperamentos grotescos que viven en una orgía de vanidades”.[1]