Socialización de los
resultados de la Beca de investigación: Reportaje de sala en la escena
pereirana 1925-1980, ganadora en la categoría de periodismo cultural, crónica y
reportaje, de la Segunda Convocatoria Estímulos 2013 del Instituto de Cultura y
Fomento al Turismo de Pereira
Por: Nathalia Gómez Raigosa
Preguntarnos
de dónde viene el teatro pereirano es el asunto que nos convoca hoy en este
auditorio, en el marco del Día Mundial del Teatro. Poco, por no decir nada se
sabe sobre el tema. Algunos más avezados se atreven a asegurar que las artes
escénicas en la ciudad no tienen historia, lo que según Fernando González
Cajiao: “siempre ha constituido el camino más fácil, hasta que alguien tenga la
paciencia de hurgar en los viejos manuscritos”.
La
historia del teatro en Pereira es muy antigua, casi tanto como su fundación,
pues al tiempo que en la ciudad se fueron irguiendo las primeras construcciones
de dos pisos con múltiples propósitos: habitacionales, gubernamentales,
bancarios, clericales, hospitalarios, comerciales, empezaron a nacer planteles
educativos y sitios de esparcimiento como parques, clubes y teatros.
Asnoraldo
Avellaneda Aguilar, un pereirano raizal, que nació en la villa Pereira del
empedrado y la cabalgadura, atestiguó en unas crónicas amenas, que remontan
vivencias ocurridas entre 1885 y 1902, lo trascendental que fue para sus
coterráneos, la construcción del primer teatro casero.
Como en la
actualidad, constituía una, quizá la mejor diversión de la época, el teatro. Le
tocó ser a Ernesto Mogollón el iniciador de este arte en Pereira; era persona
correctísima, natural de Bogotá, lo instaló en una casa pajiza, situada en la
carrera 8 calles 18 y 19, donde más tarde fue el Teatro Caldas, y servía a la
vez de Gallera, pues la pista la adaptaba como escenario.
Uno de los
primeros espectáculos que se presentaron allí, fue la compañía de acróbatas de
Lara y Maltaner, espalo (sic) e Italiano respectivamente, que traían como
barítonos famosos el español Larrañaga y el argentino Quezada[1]
En su cuadro
de costumbres, el cronista Avellaneda, continúa refiriéndose a las actividades
que se llevaban a cabo en el improvisado teatro de Don Ernesto Mogollón, donde
se ofrecían todos los espectáculos que llegaban a la aldea.
Después hizo
su debut el espectáculo circeneo cuyo empresario era el señor Salvini
(italiano), que traía como el fuerte de su compañía, un grupo de animales
amaestrados que él consideraba sabios. Todo su equipo e instalaciones fue
traído a “Lomo de mula” (…) Ya con el correr del tiempo fueron desfilando
infinidad de artistas y compañías y así veremos cómo llegan la Cía de Opera
española del maestro Luque[2],
el primer presdigitador argentino, el profesor Soria y la de marionetas
(títeres) del Gran Arlequín (Italiana) famosa por sus hermosos decorados.
El primer
circo de toros fue allí mismo, pero con anterioridad ya la casa había sido
adaptada y acondicionada para el acto.[3]
El prosista
Avellaneda argumenta que el teatro del señor Mogollón sirvió además como primer
zoológico, pues allí exhibía un hermoso tigre que alimentaban con los gallos
muertos en las riñas. Es así como finaliza explicando que era “su casa teatro,
gallinero, circo, zoológico”, pues en ese tiempo, el teatro albergaba todo tipo
de espectáculos comerciales, donde acudía el público pereirano sediento de
conocer el mundo a través de los artistas trashumantes y de sorprenderse con
las luces, la música y los artificios presentes en la escena.
Teresa Restrepo en "Fuego Extraño" |
Era ese
patio polvoriento que como por arte de magia se convertía en teatro, un lugar
maravilloso que conectaba la aldea con el exterior, por medio de ornamentos
exóticos, música de lugares lejanos, vestimentas coloridas, estilos
cautivadores, de extranjeros con diferentes acentos y colores de piel. Visitar
estos escenarios artesanales, significaba para el pereirano toda una aventura,
muy similar a la narrada en Cien años de
soledad, cuando José Arcadio Buendía llevó a sus hijos a conocer los
misterios del mundo bajo una carpa gitana. En un periodo incipiente, cuando las
cosas parecían tan nuevas, apenas saliendo del cascarón, en un villorrio con
ansias infantiles de volverse grande.
En 1916 un editorial del periódico Polidor, semanario crítico-literario dirigido
por Obdulio Gómez, advierte la necesidad urgente de edificar un teatro a
la altura de una ciudad en ascenso, con el fin de: “contribuir de manera
visible al engrandamiento de la tierra y por dar realce al embellecimiento
estético del poblado”[4]. Hasta
el momento se contaban sólo con espacios teatrales improvisados que no
respondían a las especificaciones que exigían las compañías artísticas
internacionales, por lo que muchas declinaban las invitaciones de presentarsen
en Pereira, pues no poseía la infraestructura requerida. Citemos un párrafo del
artículo periodístico, donde se precisan las características que el editor
Gómez consideraba como indispensables para el nuevo inmueble:
Teatro éste, al estilo moderno, higiénico, cómodo y bello,
donde tenga cada clase social su puesto; donde el palco de I.ª fila luzca
donairoso su corte de arte; la luneta su orden riguroso; el palco de 2.ª no sea
una afrenta para la clase media, y a la galería entre lo que deba entrar. Este
teatro podría construirlo la Empresa Eléctrica de la ciudad sin mayor
sacrificio y le reportaría una halagadora ganancia.[5]
Al final no fue la Empresa Energía sino Francisco Mejía
Uribe, el hombre más acaudalado de la población y uno de los más pudientes del
suroccidente colombiano, quien decidió que ya era tiempo de pasar de la sábana
doméstica al majestuoso telón rojo. Adquirió los predios de la carrera 8ª entre
calles 18 y 19, que antes le pertenecían a Ernesto Mogollón y abrió las puertas
del primer teatro del aldea, el Circo-Teatro Caldas, que “servía para la comedia,
para el cine y por su dotación especial para el novedoso espectáculo de la corrida
nocturna”, (González, 1992, p. 59). Años más tarde su propietario, a quien le
decían ‘Quico’ Mejía, le realizó unos cambio estructurales de modo que éste
pasó de circo-teatro a señorial Teatro Caldas, “único lugar de diversión que
tenemos en Pereira y que bueno o malo presta el servicio que hoy necesitamos”[6],
anota una columna de opinión de Variedades
“revista semanal ilustrada”, fundada en 1925.
Dentro de las reformas al establecimiento, estaba
contemplada la contratación de un administrador, que primero fue Francisco
Antía y después Emilio Vélez L. El Teatro Caldas estaba hecho en madera,
contaba con “un formidable equipo parlante de fabricación alemana con
proyectores Zeiss Ikon y sistema de sonido Phillips”[7],
tenía capacidad para 1.325 personas que se acomodaban en tres galerías
circulares y un palco reservado para personas que estuvieran de luto, con un
visillo especial por donde podían mirar el espectáculo sin ser vistos por el
público. Ya no se realizaban las corridas nocturnas, pues el patio de lidia se
había entablado y convertido en una platea con 400 butacas y corredores alternos,
para los espectadores especiales. Además fue “dotado de camerinos para actores,
escenario para actuación y parrilla para el movimiento de decorados y telones”
(González, 1995, p. 49).
Estamos
hablando de esos años cuando el teatro tenía que turnarse con el cine mudo,
para poder ocupar el escenario del Teatro Caldas, los miércoles y sábados, días
de mercado en la polvorosa Plaza de Bolívar. En “El Caldas” se presentaron
compañías teatrales procedentes del antiguo mundo, países hispanoamericanos y
otras ciudades de Colombia, que arribaron para dar a conocer sus comedias,
operas, zarzuelas, revistas y dramas. Luciano García, otro de los cronistas de
esa época remota, relató la presentación de la compañía mexicana de revistas
Lupe Rivas Cacho, que fue tachada en Pereira de inmoral y escandalosa, pues sus
bailarinas se presentaban con vestuarios diminutos e incluso había escenas
despojadas de todo tipo de atuendo.
Unas muchachas bonitas se presentaron en Pereira como se
presentan ahora las bellezas mundiales, con la misma indumentaria regalada por
la naturaleza antes de salir del paraíso. Esta compañía destruyó aquí largas
amistades. La vieja decía: no vas. El viejo decía: Ya fui. En Armenia, el
ingenioso barbero GUAZABRA, informó al cura diciendo: Sí se visten. Se visten
con estampillas. (…) En Bogotá los hijos dijeron a un general de la república:
Papá las muchachas deben ir a eso. Por qué? Porque salen mujeres desnudas. Para
ellas debe ser indiferente. Lo importante es que salgan vestidos los hombres,
contestó el general… Los círculos continuaban los comentarios. Bueno y cómo es
la cosa? Qué es lo que hacen? Qué es lo que dicen? Hasta cuándo se quedan? La
próxima vez sino me la pierdo. Aunque se enoje hasta el diablo. Esa compañía
ampolló y alborotó esta sociedad excitando todo lo que es excitable en la
humana flaqueza[8]
Estos
artistas errabundos se veían obligados a enfrentarse a extenuantes travesías, mientras
realizaban sus giras internacionales, que incluían viaje en barco, en tren y a
lomo de mula, pues los caminos aún era de trocha y arriería. El costumbrismo
extranjerizante se imponía como una segunda colonización europea, pero al mismo
tiempo por ser pintoresco, folclórico y por tener esa forma tan parroquial de
ver la vida, se convirtió en caldo de cultivo para acercar a la bisoña Pereira
con el arte y sembrar el deseo en los jóvenes del municipio, de agruparse y de
ser ellos quienes llevaran hasta las tablas, estas representaciones tan afines
a las vivencias simples del poblado.
Teatro Caldas |
Son
los cuadros vivos que el profesor Benjamín Tejada Córdoba montaba, se presume,
con los estudiantes del Instituto Manuel Murillo Toro, la primera expresión
teatral local de la que se tiene registro. Uno de ellos realizado, entre 1915-1918
aproximadamente, fue inspirado en la Gran Guerra Europea, “cuando hasta
nosotros llegaban noticias que anunciaban el horror de sus combates”,[9]
aclara un artículo de El Diario que
años después rememora la labor del cultor. Entre los actores de la estampa se
puede identificar un niño, en la esquina inferior izquierda. Ese pequeño era
Fernando Jaramillo Ángel, quien más tarde será protagonista de la primera
película grabada en estas tierras.
Hablo
del desaparecido largometraje silente, Nido
de Cóndores, del cual sólo se conserva un fotograma, que se ha convertido
en la obsesión de muchos historiadores. La cinta tenía el único fin de “mostrar
el origen, progreso y adelanto de Pereira, fue producida por la Sociedad de
Mejoras de Pereira y fue filmada creo que en 1926”,[10]
aseguró el camarógrafo español Máximo Calvo, quien la dirigió con el apoyo del
reconocido empresario cinematográfico Nicolás di Doménico.
El guión fue escrito por Alfonso Mejía Robledo, primer
novelista de la imberbe ciudad e interpretado por los integrantes del Grupo
Escénico, primer colectivo que se advierte del teatro local en 1925. Esta
agrupación estaba conformada por: Tulia Drews, Teresa Restrepo, Anita e Inés Rendón Bustamante, Olga
Sierra, Concha Vélez, Antonio Gómez Villegas, Gonzalo Martínez, Abelardo
Echeverry, Fernando Jaramillo, Luis Eduardo Marulanda, Mariela Gutiérrez,
Enrique Aristizábal Moreno y Emilio Correa Uribe, jóvenes entre los 19
y 24 años, que pertenecían a la crema
y nata de la sociedad, ya que sus padres o ellos mismos, eran los
patrocinadores de obras arquitectónicas e institucionales que abanderaban el
desarrollo del municipio.
Los repentinos aficionados al teatro fueron convocados por
“la entusiasta e inteligente Justina González González,” (González, 1985,
p.125), quien tomó la dirección acompañada por Pedro Piedrahíta, el apuntador. El
Grupo Escénico “tenía por objeto el montaje de piezas teatrales con el animo de
recaudar fondos destinados a la realización de obras de importancia general”
(González, 1985, p. 125). Las obras teatrales del colectivo completaron la
oferta cultural, principalmente de las kermeses, fiestas benéficas de “Derroche
de lujo, de gracia, de dinero”,[11] tal
y como lo anota la columna social “Confetti” de la revista Variedades.
Entre
su repertorio figuraba obras como: Fuego
Extraño, original del famoso dramaturgo colombiano Antonio Álvarez Lleras, montaje
que colaboró a la construcción del Asilo de Ancianos. Después vendría Puñao de rosas, escrita por Carlos
Arniches, luego Rima eterna de los
hermanos Álvarez-Quintero, más adelante serían recordados por las
representaciones de Juventud y Abandono,
estas dos últimas del poeta antioqueño Alejandro Mesa Nicholls, entre
otras.
Se puede inferir que no era el amor por el arte o las
búsquedas estéticas lo que impulsaba a los emprendedores artistas del Grupo
Escénico, sino el bienestar común y el sentido de cooperación; sin embargo, con
su esperanza visionaria estas gentes cultivaron sin querer una inquietud por la
manifestación teatral y por acercarse a los autores del llamado teatro burgués.
Como bien lo explica Luis Carlos González en sus crónicas
sobre el movimiento escénico de la época, “motivo permanente de acercamiento
social y fuente inagotable de recursos destinados a necesidades comunes fueron
siempre bazares, becerradas, recitales, veladas artísticas y representaciones
teatrales” (1985, p.125). Es el caso de
la Diócesis de Pereira, que pudo llegar a feliz termino, gracias al grupo
teatral que en 1954 dirigió de nuevo Justina González, quien llevó hasta el
escenario la comedia Una obra de
beneficencia, escrita por la dama pereirana Sofía Ospina de Navarro. Es
importante mencionar esta producción teatral no tanto por la obra misma, que
entra a engrosar la lista de presentaciones filantrópicas, sino porque estaríamos,
posiblemente, frente al origen de la dramaturgia pereirana.
Del mismo modo en 1960, distinguidas personalidades de
Pereira, integraron un nuevo grupo de teatro, a beneficio esta vez, de los
trabajos iniciales de la Villa Olímpica. La obra presentada en el Teatro Caldas
fue La nueva ola, dirigida por
Enrique Valencia Martínez y escrita de nuevo por una dramaturga de la ciudad,
Eucaris Jaramillo de Uribe.
Algunos de los participantes de este colectivo, pertenecían
a su vez a la Sociedad de Amigos del Arte, fundada 18 de noviembre de 1947[12] por:
Carlos Drews Castro, Santiago Londoño (hijo), Nacianceno Marulanda, Francisco
Monsalve, Silvia Osorio,[13]
Gretel Drews, Alicia Espinosa, Beatriz Ramírez y Lucía Correa Echeverry. Única organización
que por cuatro décadas enriqueció la sensibilidad artística de la ciudad y fue simiente
para la configuración posterior de las dependencias de cultura del municipio y
departamento.
En 1961 los “Amigos del arte” organizaron otra exhibición
teatral en el Teatro Caldas con el fin de reforzar los fondos de la Villa
Olímpica. Cerca de mil personas apreciaron la obra El Traje Azul de Ciro
Mendía, interpretada por una agrupación que se hacía llamar Grupo Escénico, en
honor a la actividad teatral de antaño. El nuevo Grupo Escénico estaba
conformado por: Amanda Mejía Nauffal, Rosina Molina, Ricardo Mejía Isaza,
Edilma Escobar de Cardona y Samuel Arango J. y dirigido por la española
Catalina Font de Gómez, quien arribó a la ciudad el 13 de octubre de 1958 y se
incorporó, casi de inmediato, a la actividad teatral local.
La directora Font había creado una cátedra de teatro al
interior de la Sociedad, que hasta ese momento solo había tenido profesores
itinerantes en la práctica de esta manifestación artística. Conformó dos
grupos: el Teatro Experimental de Pereira para adultos y el Teatro Escuela para
jóvenes, con los que realizó presentaciones no sólo en la instalaciones de la
entidad, sino también en los diferentes escenarios culturales de Pereira y
hasta de la región.
Algunas de las obras montadas fueron: Amable señor viveros de Alberto Dow; El gallo cantó tres veces de la antioqueña Regina Mejía; Los sordos del argentino German
Berdiales; La consagración de la noche
de Jean Tardieu , Demanda en la casa
cural de Pimentel y Vargas, A la salida de Luigi Pirandello [14] y Arrayanes y mortiños de Ciro Mendía[15].
Fue tanto el éxito que
tuvieron estos grupos, que llegaron a oídos de Luis Enrique Osorio, fundador de
la comedía nacional e iniciador en la investigación de las artes escénicas en
Colombia, quien intrigado por rumores que hablaban de que en Pereira se vivía
un momento vital en el teatro de la región, decidió viajar a ‘Capital Cívica de
Colombia’ para ver con sus propios ojos lo que estaba ocurriendo. Llegó en
diciembre de 1964 para participar de un acto cultural, que describió con estas
palabras:
Me enteré, ante todo, de
que en el ambiente social (pereirano) bullía el ingenio y el humor que hubo en
el Bogotá de hace medio siglo, cuando en los hogares del expresidente Marroquín
aún se representaban comedias para festejo de los cumpleaños y se bailaba luego
hasta el amanecer (…) Algo semejante ocurrió aquí entre ruidosas carcajadas en
los salones del Gran Hotel cuando a la sobremesa de la comida algunas damas
desplegaron su ingenio improvisando sainetes que esbozaban cuadros de
costumbres donde se remedaba el acento sirio-libanés y hasta se exageraba el
antioqueño.[16].
El trabajo de Catalina Font[17]
también mereció el reconocimiento del crítico Osorio, quien dijo que la
directora, sabía “combinar muy bien el fomento del arte escénico colombiano con
la apreciación de obras de famosos autores extranjeros”[18].
Dentro del extraviado legado de la Sociedad de Amigos del
Arte en su primera etapa, hay que resaltar también el grupo de títeres “Jim’s
Patelin” dirigido por Nevert Londoño, donde se diseñaron muñecos, decorados e
incluso se escribieron varios libretos. Asimismo el grupo Pinocho de teatro
infantil, creado en 1970 por Rossina Molina, quien había pasado de aprendiz de
teatro a profesora, después de estudiar con Font Vallbona y luego de formarse
durante tres años con Antonietta Mércuri, en el programa de extensión cultural
del Instituto de Bellas Artes de la Universidad Tecnológica de Pereira.
Con ‘Amigos del Arte’ finalizamos un periódico mimético, que
encontraba en la reproducción de lo ajeno la única respuesta. Los espectadores
de entonces, estaban padeciendo el tedio de años de repetición y bostezaban
ante las mismas recetas del “teatro visita”[19]. Era
tiempo de cambiar el menú, con la creación de movimientos, montajes escénicos y
dramaturgias autóctonas, que construyeran una identidad desde lo que éramos y
representaran los asuntos colombianos.
Para alcanzar esos ideales, había que ir contra del teatro
de corte español, declamatorio y de estilo costumbrista, que evadía la
reflexión desde la escena e ignoraba los últimos desenvolvimientos teatrales en
el resto del mundo. Los susurros del inconformismo y la rebeldía mundial
resonarían en nuevas formas de teatralidad, que se sinterizaron en una
expresión de renovación, El Nuevo Teatro[20].
Esas resonancias llegaron hasta el movimiento pereirano gracias
a que en 1977 Eduardo López Jaramillo, secretario ejecutivo la Sociedad de
Amigos de Arte en su segunda etapa, realizara el Primer Festival Internacional
de Teatro por medio del cual los ciudadanos pudieron contemplar en el
Polideportivo (hoy Coliseo Menor), las agrupaciones: Rajatabla de Venezuela, El
Galpón de Uruguay, La Comuna de Portugal, Arteón de Argentina, la compañía
Mimos con actores de Uruguay y Francia y los colectivos españoles: El Búho y El
Albaicín.
Se trataba de una coyuntura única, pues el Festival
Internacional de Teatro de Manizales[21] pasaba
por una profunda crisis económica y logística que obligó a suspenderlo por diez
años a partir de 1972. Además existían gestores nacionales interesados en
trasladar, el festival de la capital caldense para Bogotá. Así que la muestra
teatral de Pereira, buscaba asumir el desafío de convertirse en un referente de
la cultura nacional y de paso, controvertir
la medida centralista.
Todos los grupos participantes, tenían un perfil y unas
luchas muy similares: realizaban un trabajo independiente, lejos de ser
considerado comercial o de entretenimiento, sus obras trataban de representar
la realidad del país o de una época específica, la injusticia y la desigualdad
eran tropos recurrentes en su dramaturgia y el Estado no les apoyaba sino que
por el contrario perseguía u obstaculizaba su actividad.
Pese a la censura que sufrieron muchos grupos, el teatro
latinoamericano estaba pasando por un momento clave y Pereira era testigo
ocular de esas transformaciones, del cambio de paradigma que se planteaba. El
Festival de teatro realizado en Pereira tuvo un éxito rotundo, pues dejó
abierto un abanico de proyecciones entre ellas: realizar a comienzos de 1978 un
festival de teatro nacional y la segunda versión de Festival Internacional en
Pereira. Proyectos que no se llevaron a cabo sino hasta que, muchos años
después, naciera la Corporación Biblioteca Pública en cabeza de Julián Serna y
retomara el programa escénico.
Fue sólo hasta 1979, Año Internacional de la Niñez,
proclamado por la ONU, cuando la Sociedad quiso impulsar otro festival
internacional, esta vez de teatro infantil, que iba a tener como sede principal
a Pereira pero que se planeaba desplazar a los municipios de Risaralda y
Quindío, durante mayo y junio de ese año. Sin embargo solo pudieron realizarse
dos funciones de la agrupación Trabalenguas de Madrid y el evento tuvo que ser cancelado por la
irresponsabilidad de un funcionario que hacía las conexiones aéreas de los
artistas.
Mientras tanto el ambiente teatral pereirano se caldeaba con
personajes como Antonietta Mércuri, quien había llegado a la ciudad en 1968
tras haber estudiado en Roma, actuación y dirección, en la Academia Nacional de
Arte Dramático de Silvio D’ Amico y en otras instituciones especializadas en
artes escénicas, por medio de una becada del Icetex, otorgada por haber ganado en
el Primer Festival Nacional de Teatro, el puesto a la mejor actriz de carácter,
galardón que le arrebató a la recién llegada de Argentina, Fanny Mikey.
Mércuri
estaba interesada en apoyar el movimiento de teatro estudiantil desde la UTP.
Conformó un colectivo que al comienzo se llamaba Grupo de Teatro de la
Universidad Tecnológica (T.U.T.), pero después pasó a ser Los Juglares, como un
acto de rebeldía ante las limitaciones de espacio impuestas por María Teresa
Salazar de la Cuesta, directora del Instituto de Bellas Artes, que los
obligaban a rodar por Pereira, en busca de sitios prestados para poder ensayar,
“como si se tratara de comediantes la Edad Media”[22].
Los Juglares iban y venían por todo Risaralda, Caldas y
Valle, pues en un día podían realizar hasta dos o tres funciones. Utilizaban su
tiempo libre para ensayar jornadas extenuantes; sacaban de su bolsillo para transportarse
y elaborar vestuarios y escenografías; realizaron más de 40 montajes, algunos con textos adaptados, otros
adaptaciones propias, creaciones colectivas[23],
procesos de investigación in situ y de participación del público. Tuvieron muchas presentaciones en colegios,
cárceles, veredas, sindicatos, universidades, festivales, plazas, teatros, barriadas
de invasión, huelgas universitarias, paros obreros, fábricas y calles.
José Fernando Marín, integrante de
Los Juglares, además sostiene que con Antonietta, llega por primera vez a
Pereira el método Stanislavski, así como la técnica de distanciamiento de Bertoldt
Brecht. El mundo no conocía aún el Teatro
Pobre de Jerzy Growtoski y Antonietta ya lo trabajaba con sus puestas en escena
minimalistas. “El teatro de arena[24] que
se planteaba en otros países como propuesta, nosotros lo encontramos por
necesidad”,[25]
sostiene Reina Sánchez, otra de sus alumnas.
El mayor incentivo que tenía la profesora Mércuri para
continuar su trabajo en la U.T.P., era fundar una licenciatura en artes
escénicas, como se había hecho con los programas de música y artes plásticas, o
por lo menos una escuela de teatro, aspiración que Jorge Roa Martínez, también
profesó al fundar el alma máter. Sin embargo nunca se logró consolidar, por lo
que la docente renuncia en 1981 después de 12 años de trabajo continuo,
alegando acoso y represión laboral por parte de su jefe inmediata, María Teresa
de la Cuesta.
El
no reintegro de Antonietta a la UTP causó la indignación del gremio cultural de
la ciudad y la mítica toma a la Iglesia San Antonio María de Claret, por parte
de los estudiantes. Algunos de los actores de Los Juglares ingresaron al grupo
de Gustavo Rivera, mientras reemplazaban a Mércuri en aula.
Gustavo Rivera, originario de La Celia (Risaralda), se había
hecho director de teatro después de haber recibido en sus años de juventud las
enseñanzas del maestro Enrique Buenaventura, mientras éste “adelantaba talleres
con los actores juveniles más aventajados del Valle del Cauca”[26]. Al
llegar Rivera a la ciudad en 1971, corrió con la suerte de que estaban
necesitando un director para el grupo de Teatro de la Universidad del
Risaralda, hoy Universidad Católica de Pereira, que había sido dirigido por
Gustavo Orrego y Francisco González Lotero, poeta pereirano.
En un mes maratónico, Rivera montó Fusiles del sol, obra de su autoría estrenada el 5 de octubre 1971
en la sede del alma máter. Por tan excelente desempeño fue llamado a liderar la
agrupación de teatro del ahora reducido, Instituto Departamental de Cultura,
donde además dirigió talleres en todas las Casas de la Cultura de los
municipios risaraldenses, por medio de Extensión Cultural del Departamento.
En 1986 nació Nueva Escena, después de que despidieran la
planta de trabajadores de Extensión Cultural, por mal versación de fondos, lo
cual según Juan Carlos Londoño, alumno de Gustavo fue: “un pretexto politiquero
para sacarlos del sistema”. [27]
En toda su trayectoria, el grupo de teatro del maestro
Rivera montó 21 obras, casi todas partir de la creación colectiva. En el aula,
la práctica siempre estuvo trasversalizada por la teoría que el director Rivera
había acumulado a lo largo de su vida, con los múltiples diplomados y cursos en
dramaturgia, estética y critica teatral, pero también a partir de su formación
autodidacta, pues con obsesión se enfrenta hasta hoy, a textos marxistas y los
grandes teóricos del teatro universal.
Por
tan amplios conocimientos su alumno, Hernando Taborda, se atreve a describir a
Gustavo como: “Una enciclopedia de teatro que camina”[28], quien
además sostiene que otros colegas lo llamaban “el decano de las artes escénicas
en Pereira”.[29] Para
Juan Carlos Londoño, estos apelativos no son una exageración, pues según él,
Rivera es: “el hombre que más ha estudiado el proceso teatral en Pereira”[30] y un
referente obligado por sus 40 años labor teatral.
El 2 de agosto del 2002 la gobernadora Elsa Gladys
Cifuentes, condecoró a Gustavo Rivera con la Cruz de Risaralda, por: “su
invaluable aporte a las artes escénicas del departamento” y el 29 de octubre de
2012 la Asociación Pereirana de Grupos de Artes Escénicas (APGAE) le rindió un
sentido homenaje, por su importante trayectoria artística, pues a sus casi 70
años el maestro Gustavo Rivera aún sigue trajinando la escena teatral
pereirana, como los hombres a los que Bertolt Brecht llamó imprescindibles.
Tanto Mércuri como Rivera sirvieron de universidad para que los
colegiales, de la década de los setenta, se convirtieran en directores
recorridos, que se atomizaron en diferentes agrupaciones, que a su vez formaron
otros artistas. Pues a falta de educación formal que se ocupe del teatro en la
ciudad, sus actores se educan en las tablas y en las vicisitudes que les va
deparando el camino.
Estos son a grandes brochazos los hallazgos que responden en
cierta medida los cuestionamientos que nos hicimos inicialmente: ¿De dónde
viene el teatro pereirano? ¿cómo se ha
configurado el movimiento teatral en su historia? ¿es posible hablar tradición del
oficio de las tablas en la ciudad?
A mi modo de ver estás preguntas no se habían podido
responder por la existencia de una brecha generacional, un abismo que separa a
los teatreros primigenios, pertenecientes a la élite pereirana; con los
trabajadores modernos que transformaron esta actividad comercial en una apuesta
política y con la camada de jóvenes que experimentan con lenguajes contemporáneos
y han podido llevar el teatro pereirano a diferentes escenarios nacionales e
internacionales.
Esa asidua negación entre los teatristas de ayer y los de
hoy, ha impedido que los actores que han girado en torno al hecho teatral de la
ciudad, en sus diferentes épocas, se reconozcan, sepan de dónde vienen, cómo su
trabajo ha sido influido o ha servido de canon para los demás y aquí quiero
citar de nuevo a Fernando González Cajiao, cuando dice: “No es lo mismo la
carencia de identidad cultural que la ausencia de tradiciones culturales”
(1986, p. 25).
Hay
que pensar en Reportaje del teatro de
sala en la escena pereirana como apertura para futuras pesquisas, pues este
collage solo alcanza
a llegar hasta 1980, por lo que no recapitula los años que siguen, una década
muy relevante de analizar, pues es cuando se logra un mayor despliegue de las
artes escénicas del municipio.
También
estamos en mora de analizar la dramaturgia local, pues existen numerosos
autores de nuestro teatro, que no han sido tenidos en cuenta en los estudios
literarios regionales, entre los que se encuentran: Lisímaco Salazar con tres
obras operáticas y dos comedias; las piezas de las damas cívicas, Eucaris
Jaramillo y Temis Pardo; la reconocida escritora Alba Lucía Ángel, con dos
obras inéditas, el teatro de corte político escrito por Antonietta Mércuri y
Gustavo Rivera y Jairo Santa con sus textos infantiles, por mencionar algunos
nombres del inexplorado mundo de las letras del teatro. La
invitación queda abierta para seguir investigando este poderoso arte, que nos
dice tantas cosas de lo que somos. ¡Feliz día!
Pereira, marzo 27 de 2014.
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[1] Avellaneda, Asnoraldo
(1985, agosto. 30) “Pereira del pasado”. El
Diario, No. 16798, p. 10.
[2] La
Compañía Luque fue de las primeras compañías españolas en recorrer el interior
del país en la primera mitad del siglo XIX, bajo la dirección de Mariano Luque.
[3] Avellaneda, Asnoraldo
(1985, agos. 30) “Pereira del pasado”. El
Diario, No. 16798.
[8] Las crónicas
de Luciano García narran anécdotas de inicios del siglo XX, fueron tituladas “Estampas de Pereira” y publicadas
por El Diario en su ejemplar del 30 de agosto de 1966.
[10] Salcedo Silva Hernando, Crónicas del cine colombiano, 1897-1950. Carlos Valencia Editores.
Bogotá, 1971,
p. 71.
[11] Correa
Uribe, Emilio (1927, julio. 2) “La bellísima Kermesse del martes en la Plaza de
Bolívar”. Variedades, No. 124, p. 13
[12] Esta fecha fue hallada
en cartas de elogio por su fundación en los archivos de la Sociedad de Amigos
del Arte, abandonados en la Academia Pereirana de Historia.
[13] Balletina
y fundadora del Ballet Clásico Silvia Osorio, entidad perteneciente a la
Sociedad de Amigos del Arte. Esta bailarina murió en un trágico y misterioso
accidente en 1953. El 3 de febrero de ese año la Sociedad expidió una
resolución en la que se dispuso, que un retrato de Silvia fuera puesto en el
salón de sesión y que su nombre siempre perdurara en la lista de socios
efectivos, “para perpetuo estímulo y ejemplo de ellos”.
[14] Esta información se pudo establecer gracias a que la alumna Alba Lucía
Jaramillo, conservaba una programación teatral del Teatro Escuela en su álbum
familiar.
[16] Osorio, Luis Enrique (S.F pero se estima que pudo haberse publicado
entre diciembre del 1964 a mayo de 1965) “Artistas de Pereira”. Teatro, Vida
Cultural, El Tiempo
[19] Este término era utilizado por Santiago García para referirse de forma
irónica a ese tipo de teatro especialmente burgués, tan parecido a lo que en la
actualidad se presenta en la televisión.
[20] El Nuevo Teatro según
los historiadores fue el período comprendido entre 1965 y 1985
(aproximadamente). Este movimiento según conceptualiza María Mercedes Jaramillo
en su libro Nuevo Teatro Colombiano: arte y política, “reflejó los cambios
políticos y sociales que vivía el país y se captaban en su vida cultural. (…)
es la concretización de una cultura popular que ha sabido resistir a través de
los años: la discriminación, la marginación y la represión ejercida por la
cultura oficial dominante; que ha controlado todos los medios de comunicación,
que han regulado los programas educativos y que ha definido la política
cultural nacional”. (1992, p. 346)
[21] En el 1968 se creó el Festival de Teatro de
Manizales, que acogió los grupos mas destacados de América Latina e ilustres
invitados como Pablo Neruda, Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Miguel Ángel
Asturias, Jack Lang y Jerzy Grotowski, entre otros. Tras cinco ediciones el
festival de Manizales se canceló ante la cada vez más radical posición política
que menoscababa el teatro y que terminó por escandalizar a la tradicional
población manizalita. (Esquivel, Catalina, “Teatro La Candelaria: Rasgos de una
Dramaturgia Nacional”. Tesis doctoral publicada en internet. Universidad
autónoma de Barcelona, 2010, p. 22).
[22] Redacción El Reportero
(1979, diciembre) “El grupo teatral juglares, una vida, en trabajo, una meta”. El Reportero.
[23] La
Creación Colectiva es un baluarte del patrimonio cultural multiétnico de
América Latina, pero sin negar la tradición clásica teatral o los aportes
técnicos de otros grupos teatrales europeos o estadounidenses. Respondió al
deseo de llegar a un público popular. Este hecho obligó a la gente del teatro a
representar obras que reflejaran los conflictos cotidianos, a nutrirse de
fuentes vivas de la cultura, el folklore, las creencias populares y a recoger
los hechos históricos determinantes en la vida de cada país. (Jaramillo, 1992, p. 93)
[24] El Teatro de arena es una técnica originaria de Sao
Pablo (Brasil) a mediados del siglo XX, tiene por objeto la economía del
espectáculo, no se utilizan escenarios, sino que se actúa en locales
improvisados en forma circular.
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