miércoles, 26 de diciembre de 2012

Una entrevista a Rigoberto Gil Montoya


Por su pertinencia, y por tratar un tema directamente relacionado el desarrollo cultural de la ciudad, reproducimos a continuación apartes de la entrevista que el investigador le hizo al ensayista, novelista y profesor universitario Rigoberto Gil Montoya, especialista en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Caldas, Magíster en Comunicación Educativa de la Universidad Tecnológica de Pereira, y Doctor en Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Entre sus libros se destacan El Laberinto de las Secretas Angustias (Novela, 1992), La Urbanidad de las especies (Cuentos, 1996), Perros de paja (Novela, 2000), Plop, (Novela, 2004) Pereira: frontera y cruce de caminos (2000), Nido de cóndores: aspectos de la vida cotidiana de Pereira en los años veinte (Ensayo histórico, 2002), Pereira: visión caleidoscópica (Ensayo, 2002), y Guía del paseante (Ensayo, 2005)


MAURICIO RAMÍREZ - ¿Cuál cree usted que es el rasgo diferencial de la literatura hecha en Pereira?

RIGOBERTO GIL - La verdad, no creo que nuestra literatura tenga algún rasgo diferencial, o algo que pudiera hacerla distinta, digamos, de la que se hace en Armenia o en Medellín.  Los lugares no son los que determinan las diferencias en asuntos literarios.  Lo diferencial lo marca en sí mismo cada autor y claro, la provincia, el ambiente, quizá las perspectivas, limitadas o ambiciosas, de los escritores y artistas que habitan entre nosotros.

Ahora bien, no es lo mismo publicar una obra que esté al cuidado de una editorial, que publicar la obra en una tipografía o en un taller de artes gráficas, como suele suceder en nuestra ciudad.  Pereira no cuenta con editores ni mucho menos con editoriales, tal vez porque tampoco hay un público cautivo, por no decir educado.  De cualquier modo, hay remedos y personas que por más que imprimen libros, no han comprendido lo que el libro significa en materia cultural.  Seguro son malos lectores.  Las dos o tres personas que hoy saben de asuntos editoriales en nuestra ciudad, hacen su trabajo desde una sensibilidad personal, pero no porque provengan de alguna escuela.  


MAURICIO RAMÍREZ - ¿A qué atribuye usted que los escritores pereiranos no ocupen un lugar indiscutible en los manuales, estudios, compendios, antologías e historias de la literatura en Colombia?

RIGOBERTO GIL - Esta pregunta me parece problemática y creo que la responderé de varias maneras. Lo primero que hay que decir es que los estudios, compendios y antologías suelen ser caprichosos y obedecen en gran medida a los gustos o a las exigencias de quienes los emprenden.  Ahí está el ambicioso trabajo de antología de la poesía colombiana del poeta Rogelio Echavarría, publicado por el Ministerio de Cultura. Por motivos que desconozco olvidó que existían los poetas de Risaralda. Y el departamento está en el mapa de Colombia. Eso sí, para el antioqueño en esa antología, hay muchos poetas antioqueños, incluso de Titiribí y Cañas Gordas.

Así que eso ya es problemático, porque no todo lo que se publica en el país cabría en el gusto del antólogo, ni en sus exigencias previas, muchas de las cuales las imponen las casas editoriales.  El caso del amplio trabajo emprendido por Luz Mary Giraldo es sintomático de esa conducta. Y eso que ella es del Tolima.

Lo segundo es que nuestras obras han tenido poca circulación fuera de la localidad y eso hace más difícil que se difunda y conozca.  Pero esto tampoco sería óbice para que no aparecieran en antologías o compendios, porque el estudioso –si es serio y riguroso– sabe que existen las bibliotecas y las obras están allí; sólo que tendría que emprender el arduo trabajo del rastreo y no por mera réplica de un mercado que distribuye sólo unos nombres, muchos de los cuales están ligados a los medios.  El estudioso no tiene por qué supeditarse al ruido del mercado, así que vuelvo al primer punto.

Lo tercero, es que nuestro país sigue siendo centralista (es como si siguiéramos en la época de los amigos de García Márquez, los de la Cueva de Barranquilla a comienzos de los cincuenta, cuando ellos se quejaban del centralismo bogotano).  Parece ser que lo que no se publique en Bogotá, o no pase por los auditorios de la Luis Ángel Arango (no basta que sea su sede de Pereira) y del Complejo GGM del Fondo de Cultura Económica, de inmediato se torna provinciano, de poca monta, y por lo tanto deleznable.  Eso sí, como los compendios, las antologías y los manuales son en general producto de procesos académicos serios, la visibilización de los autores de las regiones colombianas es cada día mayor.

Rigoberto Gil Montoya



MAURICIO RAMÍREZ GÓMEZ - ¿Cómo justificaría usted o NO la existencia de una literatura pereirana?

RIGOBERTO GIL MONTOYA - No creo que exista una literatura pereirana, como no creo que exista una literatura bogotana. Lo accidental, como el lugar donde se escribe, no necesariamente le agrega a la obra algún valor.  Si se insiste en esa clasificación será más por el interés académico de dar límite a una muestra, que por intentar reconocer unos rasgos comunes.  ¿Qué tienen en común La casa de vecindad de Osorio Lizarazo y Opio en las nubes de Chaparro Madiedo?  Nada tienen en común, salvo que ambas fueron escritas por dos narradores bogotanos y publicadas en Bogotá.  Lo “pereirano” es un eslogan tan sospechoso como decir que las putas pereiranas son las mejores en las artes amatorias, sobre todo de un país en el que abundan las apariciones de las vírgenes del Jordán.


MAURICIO RAMÍREZ GÓMEZ - ¿Qué cree que hace falta para que las obras publicadas en Pereira se conozcan y se reseñen a nivel nacional?

RIGOBERTO GIL MONTOYA - Tal y como usted plantea la pregunta, faltaría un cuerpo especializado, propio de los departamentos de publicidad, que se derivaría de la existencia de editoriales. Para acceder a los medios de mayor difusión nacional, o se requieren contactos que rayen con lo afectivo (la famosa Socodemu: Sociedad Colombiana de Elogios Mutuos), o se requiere de una base financiera que permita pagar a tal o cual columnista para que reseñe tal o cual libro, independientemente de su calidad literaria. Así funcionan Alfaguara, Tusquets, etc.

Pero si usted se detiene un poco en lo que sucede hoy en el país, ni siquiera las obras premiadas merecen reseñas ni comentarios.  El libro de Germán Gaviria, Olfato de perro, uno de los últimos premios nacionales de novela –para no hablar de la novela de Adrián Pino, El juego de Archer– pasó sin ton ni son por las revistas y periódicos de mayor circulación. Pero eso hace tiempo que es así. Cuando Abad Faciolince ganó con Basura un premio internacional, no recuerdo que hubieran abundado reseñas sobre ese libro. Y agrego: a Abad se lo lee más ahora porque es columnista y tiene una fotografía permanente en un periódico de importancia, y le brilló la vida –eso sucede muy pocas veces– con la historia de su padre, que es un bello libro de carácter testimonial, no una novela.

Creo que esto me lleva a un terreno que merecería una discusión aparte: el problema de la recepción en el país, y ese problema no es de una u otra ciudad, de una u otra región. Es un problema de salud mental. Tengo para mí que la literatura cada vez importa menos a la gente. O importa cuando a los medios les favorece en sus fines económicos.  Entonces despliegan todo su aparato de coerción, en el que incluso ubican al escritor en el género que más les conviene (los testimonios se llevan los pocos lectores que hay en este país).  Creo que la literatura le preocupa sólo a unos grupos, a unas élites (entre ellas la de escritores, artistas y estudiantes).  Es difícil interesar a los grupos que hoy se educan sentimentalmente, no en las novelas, sino en los realitis.  Para ello habría que escribir como Gustavo Bolívar, formado en la escuela de Padres e Hijos y la literatura es, para fortuna de los lectores silenciosos, otra cosa.


MAURICIO RAMÍREZ GÓMEZ - ¿Cuál fue el último libro de un autor pereirano que leyó completo, y cuándo lo hizo?

RIGOBERTO GIL MONTOYA - Esa pregunta me parece oportuna para decir que estoy leyendo y releyendo la novela Rosas de Francia de Alfonso Mejía Robledo.  Mi interés es académico, pero no dejo de encontrar en esa novela, cuando la ubico en su contexto, cosas que realmente me conmueven.  Es la primera novela publicada por un pereirano.  Y no fue Mejía Robledo un pereirano común.  No sólo inaugura la novela en su pequeña ciudad, sino que también inaugura una actitud, una manera de ser y de asumirse como artista, de la manera como un Eduardo López se asumió en vida y desde allí se tornó ejemplar para los que crecimos viéndolo en ese magisterio.  Me atrevo a decir que Mejía Robledo fue el primer artista que tuvo la ciudad, si por artista se comprende al individuo que daría su vida por el arte, más allá de que su arte trascienda o, en una tabla de valores, ocupe algún lugar significativo.  Cuando leo Rosas de Francia siento que ya tenemos un lugar, mínimo o elemental, en el amplio mapa de nuestra literatura.

Plaza de Bolívar, década de 1910

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