martes, 18 de diciembre de 2012

Panorama de la crítica sobre literatura en Pereira en el siglo XX


Por Mauricio Ramírez Gómez

Antes de interesarse por analizar la calidad, el rigor y las características del ejercicio creativo de los autores de una ciudad, una región o un país, la crítica debe precisar las resonancias de estos autores, dentro y fuera del espacio físico del que son originarios, pues de la promoción y circulación de sus obras depende que éstas sean conocidas por la gran masa de lectores, y no solo por una “élite intelectual.  Reseñas, artículos críticos, fragmentos de obras, debates y polémicas, publicadas en periódicos y revistas, allanan el camino para que los libros lleguen a los lectores.

Es en este último sentido como se planteó la presente investigación.  Es decir como un ejercicio hemerográfico, que no por superficial deja de plantear preguntas reveladoras acerca de la producción literaria en Pereira.  En esencia se trata de verificar cómo se asume la crítica de las obras literarias en Pereira, cómo se concibe la labor del escritor, y en qué grado los autores de la comarca figuran en el panorama literario colombiano.




El asunto que llevó a formular esta pregunta fue el precario interés de los escritores e investigadores, locales y nacionales, por el estudio de los autores pereiranos, reflejado en la escasez de monografías y ensayos sobre las obras.  Y consecuentemente, el desconocimiento de esos autores y esas obras en la ciudad, y en la región.  Quizás solamente los escritores e investigadores Cecilia Caicedo Jurado y Rigoberto Gil Montoya han abordado de manera sistemática la producción literaria en Pereira, sin que se avance todavía con decisión en el camino de precisar cuáles obras literarias son las mejores por sus cualidades estéticas, y cuáles de ellas vale la pena leer, estudiar y dar a conocer profusamente, porque son referentes ineludibles de lo que ha sido la historia y el desarrollo intelectual de la ciudad.

El presente trabajo no busca tampoco esa precisión, aun cuando establece como guía la reseña de obras y autores en publicaciones locales y nacionales, lo cual si bien no es un criterio para determinar la calidad estética, permite ofrecer una nómina, un panorama de autores, para el posterior estudio concienzudo, que sugiera un canon y defina si existe o no una literatura pereirana.

Tampoco se pretendió con esta investigación indagar corrientes teóricas en relación con la crítica, pero sí ofrecer algunas claves acerca de la concepción de la literatura, así como informar sobre algunos condicionantes que deben tenerse en cuenta a la hora de abordar el estudio de la literatura en Pereira.

En el caso de Pereira, la indiferencia y no el tiempo ha actuado como juez de las producciones literarias.  Hemos tenido y tenemos periódicos que difunden la producción literaria local, pero nuestros escritores son desconocidos, tanto en el ámbito local como en el nacional.  Es decir, no son leídos.  Esto conlleva a la escasa –por no decir nula- figuración de éstos en las revistas y suplementos literarios nacionales, y en consecuencia en los compendios, estudios, manuales y antologías de literatura colombiana, entendiendo que la inclusión en publicaciones de esta índole está determinada también por los gustos estéticos, las afinidades ideológicas y el acceso a las obras por parte del “reseñista”.

En el desarrollo de esta investigación se entendió la literatura como el arte que emplea como medio de expresión una lengua, y que da origen al conjunto de las producciones literarias de una región y de una época.  Y en consecuencia, se asumió la crítica como el examen y juicio que se expresa públicamente acerca de un autor o una obra, en particular.

El núcleo de esta propuesta se centró en la revisión de periódicos y revistas, entendiendo que la punta de lanza del fenómeno editorial, y en especial de la comercialización de las obras literarias, son las publicaciones periódicas.  Sin promoción, los libros permanecen desconocidos para la gran masa de lectores, que no tiene otra alternativa que los medios de comunicación, masivos o alternativos, para enterarse sobre las novedades editoriales, sugeridas por quienes ejercen como críticos.  De nada vale un libro exhibido en una librería sin una noticia sobre su contenido, que cautive a los lectores y que lo convierta en un hecho editorial, es decir, que ponga al autor en circulación y comunicación con el público.
Glóbulo Rojo, periódico pereirano fundado en  1916

  
A finales de agosto de 1863, cuando el grupo de caucanos al mando del presbítero Remigio Antonio Cañarte arribó a Pereira proveniente de Cartago, encontraron en este territorio algunos asentamientos de personas dedicadas fundamentalmente a actividades agrícolas.  Se carecía de escuelas, así como de un centro administrativo, si bien se verifican intentos por obtener reconocimiento como centro poblado.  Las actividades intelectuales estaban lejos de ser útiles en este “combate” con el paisaje, y por tanto el entretenimiento no incluía libros ni periódicos.  Se vivía en un aislamiento, roto solamente por las noticias de los viajeros que informaban sobre las guerras y los cambios en el país y en el mundo.

La fundación de “Cartago Viejo”, el 30 de agosto de ese año, supuso la obtención del reconocimiento administrativo por parte del Estado Soberano del Cauca, y el auge del comercio.  Pereira se convirtió paulatinamente en una gran fonda que atrajo oleadas de colonizadores antioqueños, muchos de los cuales establecieron en esta villa sus bastiones para colonizar y explotar otras tierras.  El crecimiento de las rentas municipales permitió la construcción de vías, plazas, edificios y otras obras de infraestructura que hicieron más atractivo el poblado, especialmente para aquellos hombres interesados en el intercambio de mercancías con comarcas cercanas.  Con los comerciantes llegaron también los maestros, los abogados, los ingenieros, los médicos y otros profesionales, que introdujeron nuevos intereses, nuevas preocupaciones y nuevos modos de vida.  La sociedad se hizo más compleja, pero aun así prevalecían el trabajo y la fortuna como las cualidades más admirables y dignas de imitación.

“El grupo social que se formó en Pereira, como los que se formaron en la región del norte del Departamento de Caldas y en el Quindío, estuvo compuesto en sus comienzos sólo por la población de colonos que descendía de Antioquia y por el pequeño contingente que ascendía del Cauca.  Los recién llegados no encontraron población indígena ni población negra para desalojar o subordinar a sus propósitos, para explotarla como mano de obra y mirarla como grupo social inferior…

Teniendo el grupo una cierta homogeneidad racial, pues en su abrumadora mayoría estaba compuesto de colonos y mestizos, y no habiendo población negra o indígena, las primeras diferenciaciones sociales empezaron a existir sobre la base del patrimonio, del dinero.

La llegada a la ciudad de un grupo de comerciantes y profesionales, a fines de la pasada centuria (siglo XIX) y comienzos de la presente (siglo XX), introdujo la educación como un nuevo motivo de diferenciación social.

El grupo dirigente compuesto por propietarios rurales, comerciantes y profesionales venidos la mayor parte de Antioquia, tenía una dominante orientación liberal, por cierto no muy específicamente doctrinaria (…)  La cultura poco densa en sus grupos dirigentes, tampoco daba para plantear conflictos ideológicos de mucha trascendencia”.

JAIME JARAMILLO URIBE, “Historia de Pereira” (1963)

A pesar de la llegada de estos profesionales, dadas las condiciones todavía adversas del medio, se sigue privilegiando el trabajo físico y se vituperan la vagancia y la pereza, es decir el ocio.  Las actividades intelectuales se permiten en ratos libres, en las escuelas o para amenizar reuniones sociales.  Hecho representativo de esta situación es que en los libros sobre historia de Pereira, de Carlos Echeverry Uribe y Ricardo Sánchez Arenas, se dedican capítulos específicos a la imprenta y a los periódicos, pero no a la existencia de bibliotecas personales o públicas, y mucho menos a las librerías.  Durante la primera y segunda década del siglo XX, quizás la primera biblioteca de la que se tenga noticia sea, precisamente, la Biblioteca Popular de Sánchez Hermanos, donde se alquilaban libros.  Y entre las primeras librerías se cuenta el Almacén de Alfonso Mejía Robledo, que en la década de los años veinte, entre una miscelánea de artículos, ofrecía libros importados.

En 1863, tras la aprobación, en Rionegro (Antioquia), de una nueva Constitución de Colombia, los Gobiernos liberales de la época contrataron misiones alemanas encargadas de reformar la educación, y crearon Escuelas Normales, para la formación de docentes, con un fuerte énfasis científico.  La educación dejaba de estar, por primera vez, exclusivamente en manos de la Iglesia Católica.  La gran mayoría de los institutores que llegaron a Pereira a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX habían sido educados en estas Escuela Normales, y algunos de ellos, como Benjamín Tejada Córdoba, predicaban teorías de avanzada que dieron gran impulso a la educación en la ciudad.  La literatura comenzó a figurar como un instrumento pedagógico indispensable, y el cultivo de las letras y el gusto por la lectura a plantearse como un atributo apreciable en “ciudadanos de bien”, y como una magnífica ocupación para las mujeres, en sus ratos libres.

“Tengamos en cuenta que en una población sin personal competente, infructuosos serán todos los esfuerzos para representarla.  Eduquemos las masas sociales con la lectura de obras instructivas y periódicos, en donde podamos hacerles conocer el mérito del alimento moral e intelectual de una sociedad, y mucho más cuando ésta está compuesta por matronas y señoritas de lo más respetable”

EL ESFUERZO, Pereira, Noviembre 9 de 1907, pág. 4

Para los habitantes de la Pereira de comienzos del siglo XX, la función social del escritor no era poner en cuestión el lenguaje, es decir la realidad, sino apaciguar los ánimos, invitar al cumplimiento cabal de los deberes patrióticos, exaltar el “terruño”, ocupar el tiempo libre de los jóvenes con obras “dignas de ser leídas”.  Su máxima responsabilidad consistía en contribuir a la cohesión social y a la moralización del pueblo en formación.

“Mejía Robledo es, además de un fuerte temperamento artístico, un hombre dinámico.  Publica novelas y poemas sin dejar de acometer por ello negocios audaces e iniciativas patrióticas.  Alguna vez debe haber pagado con fracasos económicos el delito de ver las cosas un poco más allá de la rutina; pero en él los tropiezos son abono para su entereza.
Actualmente se empeña en festejar el centenario del Libertador con una exposición nacional de industrias y arte que será un bello certamen de colombianismo.
Caracteres como éste son los llamados a colaborar con ahínco en la cruzada educacionista.  Es preciso convencernos de que el colombianismo no puede inculcarse a través del arte en un pueblo que no lee y lleva el lastre vergonzoso del analfabetismo.  El deber de todo literato que se sienta con bríos es volver los ojos a la escuela primaria, a la masa inculta, a la oligarquía infatuada e ignorante, y gritarles a todos que es preciso aprender a leer.  Después ya podremos darnos el lujo de escribir para que nos lean.
Los prestigios literarios de Colombia son hoy más conocidos por la repetición de sus nombres que por la propagación de sus obras”.

EL DIARIO, Pereira, 20 de diciembre de 1930

Alfonso Mejía Robledo


Diferentes establecimientos se disputaron, con su orientación pedagógica, la educación de los hijos de las familias influyentes, que serían los conductores de la ciudad en el futuro.  Pocos eran entonces los jóvenes internados en Manizales, o en otras ciudades.  La lucha por el predominio de una u otra orientación social, religiosa, económica y política para la ciudad, se libraba en las aulas de clase de los colegios y en los periódicos.

La primera imprenta llegó a la ciudad en 1904, un año antes de la creación del Departamento de Caldas, el 11 de abril de 1905.  La trajo el periodista Mariano Botero.  La existencia de una nueva élite alfabeta, representó para algunos grupos políticos una oportunidad para propagar sus ideas.  En consecuencia, a partir de la publicación de EL ESFUERZO, el 10 de septiembre de 1905, dirigido por el propio Emiliano Botero, se sucedieron y alternaron gran cantidad de publicaciones con la misma pretensión de abarcar temas como “literatura, intereses generales, crítica, variedades, avisos”, aun cuando en esencia, todas tenían claras intenciones políticas.  Sin embargo, para los pobladores de Pereira estos esfuerzos por consolidar órganos de difusión no parecía  resultar muy apreciables.  Es un común denominador en todas las publicaciones periódicas de Pereira, a lo largo del siglo XX, es la queja de sus artífices por la escasa importancia que la ciudad da a sus periódicos.  Muestra de ello son estos dos fragmentos escritos en diferentes épocas:

“Una población de 19.000 almas es un centro bastante considerable que necesita no solo un periódico sino varios que enteren a los vecinos de todo asunto que por importancia tanto local como departamental y nacional haga su lectura interesante.  Pero esto para dicho, nadie se posesiona de esta necesidad y por lo tanto no les importa las empresas periodísticas, las cuales son miradas con indiferencia y ni seles apoya, favoreciéndolas, siquiera invirtiendo dos pesos papel moneda cada ocho días, comprando un ejemplar de un periódico.  ¡Bien por Pereira!”

“El periodista y sus lectores”. LA PALABRA, Pereira, 16 de marzo de 1910, Pág. 1

A comienzos de la década de los años veinte, Pereira cuenta con tres imprentas para una población de aproximadamente cincuenta mil habitantes, lo cual es un indicio del interés por propagar ideas e incidir en la opinión de las gentes.  Predomina la ideología liberal, y en particular el pensamiento de Rafael Uribe Uribe, a quien se le rinde repetidamente homenaje, en todas las publicaciones, todos los años a partir de su asesinato, el 15 de octubre de 1914.  Las opiniones y las proclamas publicadas en la prensa pereirana, hasta los años sesenta, reflejan la pugna permanente entre lo antiguo y lo nuevo, entre el atraso y el progreso, entre la tradición y el degeneramiento de las costumbres, es decir, entre el anhelo por la vida la calmada de la aldea y el afán de progreso material del pueblo en constante crecimiento.

La literatura hace eco y se pierde en estas pugnas, pues son sus mismos cultores los prohombres y los defensores de una u otra concepción.  Todos la usan como instrumento de propaganda, y es por eso que en esa época proliferan los poemas y los escritos se evocan el amor por la ciudad, el patriotismo, la tradición y la religión, como elementos identitarios.  La crítica es entendida, en unos como oposición al progreso, y en otros como un atentado contra la moral.

Del contraste surge, no obstante, una característica común a toda la prensa, incluso la “disidente”, y es su afán por contribuir a la formación de un sentido de pertenencia, a crear fundamentos para la cohesión social.  Los periodistas vigilan, llaman la atención, demandan acciones, tanto de los gobernantes como de la ciudadanía.  Imponen el adelanto material como un deseo colectivo.  Los problemas sociales son presentados como hechos aislados, que no tienen mayor trascendencia que la de interrumpir “la paz” del pueblo en formación.  Difícilmente se advierte en los escritos literarios publicados en las páginas literarias de los periódicos, una referencia a conflictos sociales en la ciudad.  Predomina la idea de no sumarle a la sociedad pereirana más angustias a la de tener que resolver el rumbo y mantener el ritmo del progreso de la ciudad.

“Este progreso (el de Pereira) es debido a que estos bravos de cepa antioqueña, de corazón de granito han agotado sus fuerzas para que nos unamos todos al pie de la bandera del progreso y la despleguemos siempre en alto.
La palabra progreso en su significación moral y material debe estar grabada con cifras de oro y como símbolo de nuestros ideales en todas las almas pereiranas; que esa bandera no se abata con nuestra inercia.  Los pereiranos tenemos la obligación sagrada de luchar hasta el último momento por el progreso de nuestra querida ciudad, y la juventud como una ola de sangre nueva debe ir remplazando a esa noble generación de viejos luchadores que tan honroso ejemplo nos han dado y nos dan constantemente.
No es hora de dormir, ya que el letargo mata con el microbio de la pereza intelectual y física: la topografía y la situación de Pereira y la feracidad de su suelo no tienen rival; tenemos pues donde desplegar el ideal de la belleza urbana.  La Junta de Ornato haría bien en iniciar a la juventud con conferencias sobre el amor al Pereira futuro; con eso esa juventud cuando le toque puede responder de su actuación”.

“OTRO PASO”, Tomado de GLÓBULO ROJO, Pereira, 12 de Mayo de 1917, Pág. 1

Definir como propósito común de la ciudad el progreso material, a toda costa, fue uno de los máximos logros de la sociedad pereirana de las primeras décadas del siglo XX.  Independientemente de la orientación política y la procedencia, quienes se asentaban en la ciudad asumían como propia esta premisa.  El esfuerzo era el precio y el premio la riqueza.  Este espíritu alcanzó su máxima expresión en el civismo, que conjugó el orgullo y el anhelo de prosperidad de los pereiranos, para concebir y realizar obras que llamaron la atención del país, no solamente por su dimensión sino también por la rapidez con la que se sucedieron, sin la ayuda de los gobiernos nacional y departamental.

En este contexto, la literatura es concebida como decorado, útil en tanto educa y entretiene a los ciudadanos en sus horas de descanso y exalta los avances de la “ciudad prodigio”.  Entre las numerosas gestas cívicas de Pereira, es difícil verificar alguna encaminada a crear un proyecto cultural para la formación, la difusión y la promoción de obras artísticas y literarias que destacaran la ciudad en el contexto nacional e internacional. 

Este desinterés de la sociedad pereirana por sus escritores, y el divorcio de éstos con sus potenciales lectores, pueden servir para explicar por qué en diferentes épocas, es reiterada la crítica acerca de la mala calidad de las obras literarias en Pereira.  Muestra de lo anterior es la siguiente selección de textos:

 “Tengo que manifestarte que en Pereira no existieron jamás ni prosistas, ni poetas, ni periodistas y menos figuras que hayan influenciado el aspecto intelectual de Pereira.  En ella vivieron, hace muchos años por ejemplo: el médico Eduardo Duque (médico que dizque hacía versos, sin que haya quedado nada de él.  Don Julio Cano Montoya (dentista) único que publicó un librito de versos titulado “Brotes de Rebelión y voces sumisas”(…) Verás que nada en ellos tiene algo especial, novedoso en la época, ni suficiente para influenciar a alguien.
Don Eduardo Martínez Villegas (otro dentista) versos comunes y corrientes en la época, pero también sin propiedad especial o promotora de influencia.
Esos fueron, pues, los poetas.  Es decir, nada que te sirva.

CARTA DE LUIS CARLOS GONZÁLEZ MEJÍA A JAIME JARAMILLO URIBE (29 de Mayo de 1963)
Luis Carlos González Mejía

Esta constante negación de la existencia de una producción literaria de valor es un aspecto del discurso literario en Pereira que merece mayor atención en el futuro, pues si es justificada, demuestra la incapacidad de los creadores literarios para superar los condicionantes que impiden que sus obras trasciendan el ámbito de la provincia; y si no, es la comprobación de que existe un prejuicio alrededor de estas producciones, que evita que se las valore en su real dimensión.  En cualquier caso, es necesario emprender la revisión crítica de la literatura escrita en la ciudad, y por quienes nacieron en ella.  Y para iniciar, es necesario llegar a un acuerdo, precisamente, en este último aspecto: ¿Basta para ser escritor pereirano haber nacido en la ciudad?  ¿Es escritor pereirano quien nació y escribió en la ciudad?  ¿Pueden considerarse escritores pereiranos quienes no nacieron en la ciudad, pero escribieron sus obras en ella?

Sorprende comprobar que a lo largo del siglo XX, y aún en el presente, una gran cantidad de escritores catalogados como pereiranos, provienen realmente de otros municipios, pero que llegaron a la ciudad en su niñez o su juventud.  Tal es el caso de Carlos Echeverri Uribe, Alfonso Mejía Robledo, Oscar Echeverry Mejía, Gustavo Colorado, César Valencia Solanilla y Rigoberto Gil Montoya.  En contraste, existe una gran cantidad de escritores nacidos en Pereira que emigraron muy jóvenes, sin intenciones de regresar algún día, como Alba Lucía Ángel y Jaime Valencia Villa, quienes han publicado sus obras lejos del ámbito local.  Este reconocimiento de lo que consideramos literatura de Pereira será útil en la definición de un canon, y si se quiere, de una tradición.  También se debe construir y afirmar un discurso crítico propio, es decir capaz de valorar la producción literaria local en relación con su realidad, no tratando de elucubrar acerca de lo que hubiera sido en caso de tomar otros rumbos. 

Podrá hablarse de una literatura pereirana solamente cuando la ciudad identifique, recupere, difunda, promocione y siga a uno o a varios autores, no solamente por su capacidad para describir la vida cotidiana, sino también por lo que pueda decir a personas con otros referentes culturales sobre lo que ha sido el proceso de formación de la sociedad pereirana.  Podrá hablarse de literatura pereirana cuando los escritores de otras latitudes quieran leer a los autores pereiranos, quieran escribir como ellos y dediquen páginas al estudio de sus obras.  Mientras tanto, seguiremos teniendo escritores.


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