Por Mauricio Ramírez Gómez
Antes de interesarse por analizar la calidad, el rigor
y las características del ejercicio creativo de los autores de una ciudad, una
región o un país, la crítica debe precisar las resonancias de estos autores,
dentro y fuera del espacio físico del que son originarios, pues de la promoción
y circulación de sus obras depende que éstas sean conocidas por la gran masa de
lectores, y no solo por una “élite intelectual.
Reseñas, artículos críticos, fragmentos de obras, debates y polémicas,
publicadas en periódicos y revistas, allanan el camino para que los libros
lleguen a los lectores.
Es en este último sentido como se planteó la
presente investigación. Es decir como un
ejercicio hemerográfico, que no por superficial deja de plantear preguntas
reveladoras acerca de la producción literaria en Pereira. En esencia se trata de verificar cómo se
asume la crítica de las obras literarias en Pereira, cómo se concibe la labor
del escritor, y en qué grado los autores de la comarca figuran en el panorama
literario colombiano.
El asunto que llevó a formular esta pregunta fue el
precario interés de los escritores e investigadores, locales y nacionales, por
el estudio de los autores pereiranos, reflejado en la escasez de monografías y
ensayos sobre las obras. Y
consecuentemente, el desconocimiento de esos autores y esas obras en la ciudad,
y en la región. Quizás solamente los
escritores e investigadores Cecilia Caicedo Jurado y Rigoberto Gil Montoya han
abordado de manera sistemática la producción literaria en Pereira, sin que se
avance todavía con decisión en el camino de precisar cuáles obras literarias
son las mejores por sus cualidades estéticas, y cuáles de ellas vale la pena
leer, estudiar y dar a conocer profusamente, porque son referentes ineludibles
de lo que ha sido la historia y el desarrollo intelectual de la ciudad.
El presente trabajo no busca tampoco esa precisión,
aun cuando establece como guía la reseña de obras y autores en publicaciones
locales y nacionales, lo cual si bien no es un criterio para determinar la
calidad estética, permite ofrecer una nómina, un panorama de autores, para el
posterior estudio concienzudo, que sugiera un canon y defina si existe o no una
literatura pereirana.
Tampoco se pretendió con esta investigación indagar
corrientes teóricas en relación con la crítica, pero sí ofrecer algunas claves
acerca de la concepción de la literatura, así como informar sobre algunos
condicionantes que deben tenerse en cuenta a la hora de abordar el estudio de
la literatura en Pereira.
En el caso de Pereira, la indiferencia y no el
tiempo ha actuado como juez de las producciones literarias. Hemos tenido y tenemos periódicos que difunden la producción literaria local, pero nuestros escritores son
desconocidos, tanto en el ámbito local como en el nacional. Es decir, no son leídos. Esto conlleva a la escasa –por no decir nula-
figuración de éstos en las revistas y suplementos literarios nacionales, y en
consecuencia en los compendios, estudios, manuales y antologías de literatura
colombiana, entendiendo que la inclusión en publicaciones de esta índole está
determinada también por los gustos estéticos, las afinidades ideológicas y el
acceso a las obras por parte del “reseñista”.
En el desarrollo de esta investigación se entendió
la literatura como el arte que emplea como medio de expresión una lengua, y que
da origen al conjunto de las producciones literarias de una región y de una
época. Y en consecuencia, se asumió la
crítica como el examen y juicio que se expresa públicamente acerca de un autor
o una obra, en particular.
El núcleo de esta propuesta se centró en la revisión
de periódicos y revistas, entendiendo que la punta de lanza del fenómeno editorial,
y en especial de la comercialización de las obras literarias, son las
publicaciones periódicas. Sin promoción,
los libros permanecen desconocidos para la gran masa de lectores, que no tiene
otra alternativa que los medios de comunicación, masivos o alternativos, para
enterarse sobre las novedades editoriales, sugeridas por quienes ejercen como
críticos. De nada vale un libro exhibido
en una librería sin una noticia sobre su contenido, que cautive a los lectores
y que lo convierta en un hecho editorial, es decir, que ponga al autor en
circulación y comunicación con el público.
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Glóbulo Rojo, periódico pereirano fundado en 1916 |
A finales de agosto de 1863, cuando el grupo de
caucanos al mando del presbítero Remigio Antonio Cañarte arribó a Pereira
proveniente de Cartago, encontraron en este territorio algunos asentamientos de
personas dedicadas fundamentalmente a actividades agrícolas. Se carecía de escuelas, así como de un centro
administrativo, si bien se verifican intentos por obtener reconocimiento como
centro poblado. Las actividades
intelectuales estaban lejos de ser útiles en este “combate” con el paisaje, y
por tanto el entretenimiento no incluía libros ni periódicos. Se vivía en un aislamiento, roto solamente
por las noticias de los viajeros que informaban sobre las guerras y los cambios
en el país y en el mundo.
La fundación de “Cartago Viejo”, el 30 de agosto de
ese año, supuso la obtención del reconocimiento administrativo por parte del
Estado Soberano del Cauca, y el auge del comercio. Pereira se convirtió paulatinamente en una
gran fonda que atrajo oleadas de colonizadores antioqueños, muchos de los
cuales establecieron en esta villa sus bastiones para colonizar y explotar
otras tierras. El crecimiento de las
rentas municipales permitió la construcción de vías, plazas, edificios y otras
obras de infraestructura que hicieron más atractivo el poblado, especialmente
para aquellos hombres interesados en el intercambio de mercancías con comarcas
cercanas. Con los comerciantes llegaron
también los maestros, los abogados, los ingenieros, los médicos y otros
profesionales, que introdujeron nuevos intereses, nuevas preocupaciones y
nuevos modos de vida. La sociedad se
hizo más compleja, pero aun así prevalecían el trabajo y la fortuna como las
cualidades más admirables y dignas de imitación.
“El
grupo social que se formó en Pereira, como los que se formaron en la región del
norte del Departamento de Caldas y en el Quindío, estuvo compuesto en sus
comienzos sólo por la población de colonos que descendía de Antioquia y por el
pequeño contingente que ascendía del Cauca.
Los recién llegados no encontraron población indígena ni población negra
para desalojar o subordinar a sus propósitos, para explotarla como mano de obra
y mirarla como grupo social inferior…
Teniendo
el grupo una cierta homogeneidad racial, pues en su abrumadora mayoría estaba
compuesto de colonos y mestizos, y no habiendo población negra o indígena, las
primeras diferenciaciones sociales empezaron a existir sobre la base del
patrimonio, del dinero.
La
llegada a la ciudad de un grupo de comerciantes y profesionales, a fines de la
pasada centuria (siglo XIX) y comienzos de la presente (siglo XX), introdujo la
educación como un nuevo motivo de diferenciación social.
El
grupo dirigente compuesto por propietarios rurales, comerciantes y
profesionales venidos la mayor parte de Antioquia, tenía una dominante
orientación liberal, por cierto no muy específicamente doctrinaria (…) La cultura poco densa en sus grupos
dirigentes, tampoco daba para plantear conflictos ideológicos de mucha
trascendencia”.
JAIME JARAMILLO URIBE, “Historia de Pereira” (1963)
A pesar de la llegada de estos profesionales, dadas
las condiciones todavía adversas del medio, se sigue privilegiando el trabajo
físico y se vituperan la vagancia y la pereza, es decir el ocio. Las actividades intelectuales se permiten en
ratos libres, en las escuelas o para amenizar reuniones sociales. Hecho representativo de esta situación es que
en los libros sobre historia de Pereira, de Carlos Echeverry Uribe y Ricardo Sánchez
Arenas, se dedican capítulos específicos a la imprenta y a los periódicos, pero
no a la existencia de bibliotecas personales o públicas, y mucho menos a las
librerías. Durante la primera y segunda
década del siglo XX, quizás la primera biblioteca de la que se tenga noticia
sea, precisamente, la Biblioteca Popular de Sánchez Hermanos, donde se
alquilaban libros. Y entre las primeras
librerías se cuenta el Almacén de Alfonso Mejía Robledo, que en la década de los
años veinte, entre una miscelánea de artículos, ofrecía libros importados.
En 1863, tras la aprobación, en Rionegro
(Antioquia), de una nueva Constitución de Colombia, los Gobiernos liberales de
la época contrataron misiones alemanas encargadas de reformar la educación, y
crearon Escuelas Normales, para la formación de docentes, con un fuerte énfasis
científico. La educación dejaba de
estar, por primera vez, exclusivamente en manos de la Iglesia Católica. La gran mayoría de los institutores que
llegaron a Pereira a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX habían sido
educados en estas Escuela Normales, y algunos de ellos, como Benjamín Tejada
Córdoba, predicaban teorías de avanzada que dieron gran impulso a la educación
en la ciudad. La literatura comenzó a
figurar como un instrumento pedagógico indispensable, y el cultivo de las
letras y el gusto por la lectura a plantearse como un atributo apreciable en
“ciudadanos de bien”, y como una magnífica ocupación para las mujeres, en sus
ratos libres.
“Tengamos
en cuenta que en una población sin personal competente, infructuosos serán
todos los esfuerzos para representarla.
Eduquemos las masas sociales con la lectura de obras instructivas y
periódicos, en donde podamos hacerles conocer el mérito del alimento moral e
intelectual de una sociedad, y mucho más cuando ésta está compuesta por
matronas y señoritas de lo más respetable”
EL ESFUERZO, Pereira, Noviembre 9 de 1907, pág. 4
Para los habitantes de la Pereira de comienzos del
siglo XX, la función social del escritor no era poner en cuestión el lenguaje,
es decir la realidad, sino apaciguar los ánimos, invitar al cumplimiento cabal
de los deberes patrióticos, exaltar el “terruño”, ocupar el tiempo libre de los
jóvenes con obras “dignas de ser leídas”.
Su máxima responsabilidad consistía en contribuir a la cohesión social y
a la moralización del pueblo en formación.
“Mejía
Robledo es, además de un fuerte temperamento artístico, un hombre
dinámico. Publica novelas y poemas sin
dejar de acometer por ello negocios audaces e iniciativas patrióticas. Alguna vez debe haber pagado con fracasos
económicos el delito de ver las cosas un poco más allá de la rutina; pero en él
los tropiezos son abono para su entereza.
Actualmente
se empeña en festejar el centenario del Libertador con una exposición nacional
de industrias y arte que será un bello certamen de colombianismo.
Caracteres
como éste son los llamados a colaborar con ahínco en la cruzada
educacionista. Es preciso convencernos
de que el colombianismo no puede inculcarse a través del arte en un pueblo que
no lee y lleva el lastre vergonzoso del analfabetismo. El deber de todo literato que se sienta con
bríos es volver los ojos a la escuela primaria, a la masa inculta, a la
oligarquía infatuada e ignorante, y gritarles a todos que es preciso aprender a
leer. Después ya podremos darnos el lujo
de escribir para que nos lean.
Los
prestigios literarios de Colombia son hoy más conocidos por la repetición de
sus nombres que por la propagación de sus obras”.
EL DIARIO, Pereira, 20 de
diciembre de 1930
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Alfonso Mejía Robledo |
Diferentes establecimientos se disputaron, con su
orientación pedagógica, la educación de los hijos de las familias influyentes,
que serían los conductores de la ciudad en el futuro. Pocos eran entonces los jóvenes internados en
Manizales, o en otras ciudades. La lucha
por el predominio de una u otra orientación social, religiosa, económica y
política para la ciudad, se libraba en las aulas de clase de los colegios y en
los periódicos.
La primera imprenta llegó a la ciudad en 1904, un
año antes de la creación del Departamento de Caldas, el 11 de abril de
1905. La trajo el periodista Mariano
Botero. La existencia de una nueva élite
alfabeta, representó para algunos grupos políticos una oportunidad para
propagar sus ideas. En consecuencia, a
partir de la publicación de EL ESFUERZO, el 10 de septiembre de 1905, dirigido
por el propio Emiliano Botero, se sucedieron y alternaron gran cantidad de
publicaciones con la misma pretensión de abarcar temas como “literatura, intereses generales, crítica,
variedades, avisos”, aun cuando en esencia, todas tenían claras intenciones
políticas. Sin embargo, para los
pobladores de Pereira estos esfuerzos por consolidar órganos de difusión no
parecía resultar muy apreciables. Es un común denominador en todas las
publicaciones periódicas de Pereira, a lo largo del siglo XX, es la queja de
sus artífices por la escasa importancia que la ciudad da a sus periódicos. Muestra de ello son estos dos fragmentos
escritos en diferentes épocas:
“Una
población de 19.000 almas es un centro bastante considerable que necesita no
solo un periódico sino varios que enteren a los vecinos de todo asunto que por
importancia tanto local como departamental y nacional haga su lectura
interesante. Pero esto para dicho, nadie
se posesiona de esta necesidad y por lo tanto no les importa las empresas
periodísticas, las cuales son miradas con indiferencia y ni seles apoya,
favoreciéndolas, siquiera invirtiendo dos pesos papel moneda cada ocho días,
comprando un ejemplar de un periódico.
¡Bien por Pereira!”
“El periodista y sus lectores”. LA PALABRA, Pereira, 16 de
marzo de 1910, Pág. 1
A comienzos de la década de los años veinte, Pereira
cuenta con tres imprentas para una población de aproximadamente cincuenta mil
habitantes, lo cual es un indicio del interés por propagar ideas e incidir en
la opinión de las gentes. Predomina la
ideología liberal, y en particular el pensamiento de Rafael Uribe Uribe, a
quien se le rinde repetidamente homenaje, en todas las publicaciones, todos los
años a partir de su asesinato, el 15 de octubre de 1914. Las opiniones y las proclamas publicadas en
la prensa pereirana, hasta los años sesenta, reflejan la pugna permanente entre
lo antiguo y lo nuevo, entre el atraso y el progreso, entre la tradición y el
degeneramiento de las costumbres, es decir, entre el anhelo por la vida la
calmada de la aldea y el afán de progreso material del pueblo en constante
crecimiento.
La literatura hace eco y se pierde en estas pugnas,
pues son sus mismos cultores los prohombres y los defensores de una u otra
concepción. Todos la usan como
instrumento de propaganda, y es por eso que en esa época proliferan los poemas
y los escritos se evocan el amor por la ciudad, el patriotismo, la tradición y
la religión, como elementos identitarios.
La crítica es entendida, en unos como oposición al progreso, y en otros
como un atentado contra la moral.
Del contraste surge, no obstante, una característica
común a toda la prensa, incluso la “disidente”, y es su afán por contribuir a
la formación de un sentido de pertenencia, a crear fundamentos para la cohesión
social. Los periodistas vigilan, llaman
la atención, demandan acciones, tanto de los gobernantes como de la
ciudadanía. Imponen el adelanto material
como un deseo colectivo. Los problemas
sociales son presentados como hechos aislados, que no tienen mayor
trascendencia que la de interrumpir “la paz” del pueblo en formación. Difícilmente se advierte en los escritos
literarios publicados en las páginas literarias de los periódicos, una
referencia a conflictos sociales en la ciudad.
Predomina la idea de no sumarle a la sociedad pereirana más angustias a
la de tener que resolver el rumbo y mantener el ritmo del progreso de la
ciudad.
“Este
progreso (el de Pereira) es debido a que estos bravos de cepa antioqueña, de
corazón de granito han agotado sus fuerzas para que nos unamos todos al pie de
la bandera del progreso y la despleguemos siempre en alto.
La
palabra progreso en su significación moral y material debe estar grabada con
cifras de oro y como símbolo de nuestros ideales en todas las almas pereiranas;
que esa bandera no se abata con nuestra inercia. Los pereiranos tenemos la obligación sagrada
de luchar hasta el último momento por el progreso de nuestra querida ciudad, y
la juventud como una ola de sangre nueva debe ir remplazando a esa noble
generación de viejos luchadores que tan honroso ejemplo nos han dado y nos dan
constantemente.
No
es hora de dormir, ya que el letargo mata con el microbio de la pereza
intelectual y física: la topografía y la situación de Pereira y la feracidad de
su suelo no tienen rival; tenemos pues donde desplegar el ideal de la belleza
urbana. La Junta de Ornato haría bien en
iniciar a la juventud con conferencias sobre el amor al Pereira futuro; con eso
esa juventud cuando le toque puede responder de su actuación”.
“OTRO PASO”, Tomado de GLÓBULO ROJO, Pereira, 12 de
Mayo de 1917, Pág. 1
Definir como propósito común de la ciudad el
progreso material, a toda costa, fue uno de los máximos logros de la sociedad
pereirana de las primeras décadas del siglo XX.
Independientemente de la orientación política y la procedencia, quienes
se asentaban en la ciudad asumían como propia esta premisa. El esfuerzo era el precio y el premio la
riqueza. Este espíritu alcanzó su máxima
expresión en el civismo, que conjugó el orgullo y el anhelo de prosperidad de
los pereiranos, para concebir y realizar obras que llamaron la atención del
país, no solamente por su dimensión sino también por la rapidez con la que se
sucedieron, sin la ayuda de los gobiernos nacional y departamental.
En este contexto, la literatura es concebida como
decorado, útil en tanto educa y entretiene a los ciudadanos en sus horas de
descanso y exalta los avances de la “ciudad prodigio”. Entre las numerosas gestas cívicas de
Pereira, es difícil verificar alguna encaminada a crear un proyecto cultural
para la formación, la difusión y la promoción de obras artísticas y literarias
que destacaran la ciudad en el contexto nacional e internacional.
Este desinterés de la sociedad pereirana por sus
escritores, y el divorcio de éstos con sus potenciales lectores, pueden servir
para explicar por qué en diferentes épocas, es reiterada la crítica acerca de
la mala calidad de las obras literarias en Pereira. Muestra de lo anterior es la siguiente
selección de textos:
“Tengo que manifestarte que en Pereira no
existieron jamás ni prosistas, ni poetas, ni periodistas y menos figuras que
hayan influenciado el aspecto intelectual de Pereira. En ella vivieron, hace muchos años por ejemplo:
el médico Eduardo Duque (médico que dizque hacía versos, sin que haya quedado
nada de él. Don Julio Cano Montoya
(dentista) único que publicó un librito de versos titulado “Brotes de Rebelión
y voces sumisas”(…) Verás que nada en ellos tiene algo especial, novedoso en la
época, ni suficiente para influenciar a alguien.
Don
Eduardo Martínez Villegas (otro dentista) versos comunes y corrientes en la
época, pero también sin propiedad especial o promotora de influencia.
Esos
fueron, pues, los poetas. Es decir, nada
que te sirva.
CARTA DE LUIS CARLOS
GONZÁLEZ MEJÍA A JAIME JARAMILLO URIBE (29 de Mayo de 1963)
|
Luis Carlos González Mejía |
Esta constante negación de la existencia de una
producción literaria de valor es un aspecto del discurso literario en Pereira
que merece mayor atención en el futuro, pues si es justificada, demuestra la
incapacidad de los creadores literarios para superar los condicionantes que
impiden que sus obras trasciendan el ámbito de la provincia; y si no, es la
comprobación de que existe un prejuicio alrededor de estas producciones, que
evita que se las valore en su real dimensión.
En cualquier caso, es necesario emprender la revisión crítica de la
literatura escrita en la ciudad, y por quienes nacieron en ella. Y para iniciar, es necesario llegar a un
acuerdo, precisamente, en este último aspecto: ¿Basta para ser escritor pereirano
haber nacido en la ciudad? ¿Es escritor
pereirano quien nació y escribió en la ciudad?
¿Pueden considerarse escritores pereiranos quienes no nacieron en la
ciudad, pero escribieron sus obras en ella?
Sorprende comprobar que a lo largo del siglo XX, y
aún en el presente, una gran cantidad de escritores catalogados como
pereiranos, provienen realmente de otros municipios, pero que llegaron a la
ciudad en su niñez o su juventud. Tal es
el caso de Carlos Echeverri Uribe, Alfonso Mejía Robledo, Oscar Echeverry
Mejía, Gustavo Colorado, César Valencia Solanilla y Rigoberto Gil Montoya. En contraste, existe una gran cantidad de
escritores nacidos en Pereira que emigraron muy jóvenes, sin intenciones de
regresar algún día, como Alba Lucía Ángel y Jaime Valencia Villa, quienes han
publicado sus obras lejos del ámbito local.
Este reconocimiento de lo que consideramos literatura de Pereira será
útil en la definición de un canon, y si se quiere, de una tradición. También se debe construir y afirmar un
discurso crítico propio, es decir capaz de valorar la producción literaria
local en relación con su realidad, no tratando de elucubrar acerca de lo que
hubiera sido en caso de tomar otros rumbos.
Podrá hablarse de una literatura pereirana solamente
cuando la ciudad identifique, recupere, difunda, promocione y siga a uno o a
varios autores, no solamente por su capacidad para describir la vida cotidiana,
sino también por lo que pueda decir a personas con otros referentes culturales
sobre lo que ha sido el proceso de formación de la sociedad pereirana. Podrá hablarse de literatura pereirana cuando
los escritores de otras latitudes quieran leer a los autores pereiranos,
quieran escribir como ellos y dediquen páginas al estudio de sus obras. Mientras tanto, seguiremos teniendo
escritores.