Entre los múltiples
escritos inéditos de Lisímaco Salazar Ruiz (Pereira, 1899-1981), se encontraba
una serie de relatos basados en hechos reales.
Sus familiares los agruparon y el libro resultó ganador del Concurso
Colección de Escritores Pereiranos, en la modalidad “Premio Publicación Obra Inédita de Autor Fallecido”. El libro ya
se encuentra en circulación, publicado por el Instituto Municipal de Cultura y Fomento al Turismo.
A continuación,
compartimos el relato “El pálido”, incluido en el libro en mención.
Trinidad, una morocha de cuarenta y dos años, se paseaba
por los alrededores del rancho de vara en la tierra, hundiendo su pierna
derecha a consecuencia de una úlcera en la garganta del pie que le afectó los
cartílagos del carpo, del metacarpo y de los dedos. Al cinto llevaba siempre una peinilla “tres
rayas” de veintidós pulgadas, sobre sus caderas con pertrechos y, en balanza,
en su mano derecha, la escopeta de fisto.
Buscaba el zorro que, a pleno día, se llevaba las aves de su gallinero,
avizorando por entre la platanera que se extendía alrededor de la sementera.
Trinidad era dueña también de una marranera, compuesta
por tres hembras de color negro y dos coloradas de una raza extranjera, a las
que, para cubrirlas, había comprado un verraco blanco en las ferias mensuales
de Cartago, al que bautizó con el nombre de “El Pálido”, desde el momento que
lo entró a la corraleja de las hembras.
A “El Pálido”, cuando una de las hembras entraba en
calor, Trinidad lo sacaba al patio y le ayudaba a cubrirla sucesivamente para
que el parto fuera fecundo. De esta
manera, cumplido el plazo, cada marrana tuvo su parto. Fueron en total cuarenta y siete lechones,
pintados de negro y blanco, blanco y colorado, resaltando como una flor de
varios colores en las esquinas de la corraleja o debajo de los ranchos de
palmicha que les habían fabricado, ella, la Trina, como le llamaban en el
contorno, y su compañero Felipe.
Don Felipe y Trinidad vivían en un pueblo lejano de
Antioquia, haciendo vida marital desde tiempo atrás. Ella era dueña de una pequeña fortuna y él de
unos brazos musculosos que bien manejaban una “puya” de veinticuatro pulgadas
que un machete “Collins” para dominar la selva con sus árboles de varias
abarcaduras.