sábado, 29 de marzo de 2014

Un reportaje para el teatro pereirano

Socialización de los resultados de la Beca de investigación: Reportaje de sala en la escena pereirana 1925-1980, ganadora en la categoría de periodismo cultural, crónica y reportaje, de la Segunda Convocatoria Estímulos 2013 del Instituto de Cultura y Fomento al Turismo de Pereira

Por: Nathalia Gómez Raigosa

Preguntarnos de dónde viene el teatro pereirano es el asunto que nos convoca hoy en este auditorio, en el marco del Día Mundial del Teatro. Poco, por no decir nada se sabe sobre el tema. Algunos más avezados se atreven a asegurar que las artes escénicas en la ciudad no tienen historia, lo que según Fernando González Cajiao: “siempre ha constituido el camino más fácil, hasta que alguien tenga la paciencia de hurgar en los viejos manuscritos”.

La historia del teatro en Pereira es muy antigua, casi tanto como su fundación, pues al tiempo que en la ciudad se fueron irguiendo las primeras construcciones de dos pisos con múltiples propósitos: habitacionales, gubernamentales, bancarios, clericales, hospitalarios, comerciales, empezaron a nacer planteles educativos y sitios de esparcimiento como parques, clubes y teatros.

Asnoraldo Avellaneda Aguilar, un pereirano raizal, que nació en la villa Pereira del empedrado y la cabalgadura, atestiguó en unas crónicas amenas, que remontan vivencias ocurridas entre 1885 y 1902, lo trascendental que fue para sus coterráneos, la construcción del primer teatro casero.

Como en la actualidad, constituía una, quizá la mejor diversión de la época, el teatro. Le tocó ser a Ernesto Mogollón el iniciador de este arte en Pereira; era persona correctísima, natural de Bogotá, lo instaló en una casa pajiza, situada en la carrera 8 calles 18 y 19, donde más tarde fue el Teatro Caldas, y servía a la vez de Gallera, pues la pista la adaptaba como escenario.
Uno de los primeros espectáculos que se presentaron allí, fue la compañía de acróbatas de Lara y Maltaner, espalo (sic) e Italiano respectivamente, que traían como barítonos famosos el español Larrañaga y el argentino Quezada[1]

En su cuadro de costumbres, el cronista Avellaneda, continúa refiriéndose a las actividades que se llevaban a cabo en el improvisado teatro de Don Ernesto Mogollón, donde se ofrecían todos los espectáculos que llegaban a la aldea.

Después hizo su debut el espectáculo circeneo cuyo empresario era el señor Salvini (italiano), que traía como el fuerte de su compañía, un grupo de animales amaestrados que él consideraba sabios. Todo su equipo e instalaciones fue traído a “Lomo de mula” (…) Ya con el correr del tiempo fueron desfilando infinidad de artistas y compañías y así veremos cómo llegan la Cía de Opera española del maestro Luque[2], el primer presdigitador argentino, el profesor Soria y la de marionetas (títeres) del Gran Arlequín (Italiana) famosa por sus hermosos decorados.
El primer circo de toros fue allí mismo, pero con anterioridad ya la casa había sido adaptada y acondicionada para el acto.[3]

El prosista Avellaneda argumenta que el teatro del señor Mogollón sirvió además como primer zoológico, pues allí exhibía un hermoso tigre que alimentaban con los gallos muertos en las riñas. Es así como finaliza explicando que era “su casa teatro, gallinero, circo, zoológico”, pues en ese tiempo, el teatro albergaba todo tipo de espectáculos comerciales, donde acudía el público pereirano sediento de conocer el mundo a través de los artistas trashumantes y de sorprenderse con las luces, la música y los artificios presentes en la escena.

Teresa Restrepo en "Fuego Extraño"


Era ese patio polvoriento que como por arte de magia se convertía en teatro, un lugar maravilloso que conectaba la aldea con el exterior, por medio de ornamentos exóticos, música de lugares lejanos, vestimentas coloridas, estilos cautivadores, de extranjeros con diferentes acentos y colores de piel. Visitar estos escenarios artesanales, significaba para el pereirano toda una aventura, muy similar a la narrada en Cien años de soledad, cuando José Arcadio Buendía llevó a sus hijos a conocer los misterios del mundo bajo una carpa gitana. En un periodo incipiente, cuando las cosas parecían tan nuevas, apenas saliendo del cascarón, en un villorrio con ansias infantiles de volverse grande.

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