sábado, 12 de enero de 2013

"Homenaje a Hugo Ángel Jaramillo"

Por EDUARDO LÓPEZ JARAMILLO

En el imaginario panteón de los pereiranos, fulguran varios nombres que forman parte de nuestra memoria por muchas entrañables razones.  Algunos corresponden a los fundadores y pioneros, quienes manifestaron la tenacidad de levantar sus moradas en medio de una naturaleza exuberante, a orillas del río tutelar e inmersos en dificultades.  La mayoría de los nombres en ese firmamento corresponden a forjadores de riquezas materiales o de progreso.  Sin que olvidemos a quienes fueron gestores de civismo y maestros de civilización, pues dulcificaron las costumbres más rudas, sembrando en los espíritus semillas de convivencia.  La luz estelar de estos pereiranos ilustres es la de sus propias virtudes: llámense ambición, trabajo, superación personal, inteligencia o conocimientos.  Todos comparten el mérito de haber luchado para engrandecer la ciudad, entregando sin egoísmo el legado de sus creaciones -razón que hoy los hace dignos de ser recordados.  Pero solamente tres de esas luminarias encienden sus nombres con los fulgores de la literatura: el poeta Luis Carlos González, el novelista Benjamín Baena Hoyos y el ensayista Hugo Ángel Jaramillo.

Siempre han existido poetas en nuestro medio.  Algunos de ellos fueron hombres de cultura superior.  Sin embargo, el laurel de la poesía estará siempre presidido por Luis Carlos González.  Es el poeta de todos y su obra está amorosamente unida a la historia de Pereira.  En alas de la canción, sus poemas han traspasado las fronteras, haciendo resonar el nombre de nuestro solar en incontables latitudes.  En la poesía del Maestro está viva la historia de una aldea que se convirtió en ciudad y que interpretó sus bambucos henchidos de amor y de paisajes, compuestos con discreta ironía, como preguntando en voz baja quién escribe los versos. Si algo despertó la admiración de sus contemporáneos fue su facilidad para entonar, siempre inspiradamente, la música de las palabras.  Pereira tendrá en adelante otros poetas -más profundos, de más rica espiritualidad-, pero ninguno como Luis Carlos González volverá a ser reverenciado en calidad de genio del lugar.  No es poca la gloria para un escritor cuando pensamos que la inmortalidad consiste en no ser olvidados por quienes nos aman.

"El río corre hacia atrás" sigue siendo hasta el presente la mejor obra narrativa escrita por un pereirano.  Benjamín Baena Hoyos, su autor, fue también poeta de noble y refinada inspiración, con acendrado dominio de las formas métricas.  Pero la cúspide de su trabajo creador es esta novela, que trabajó durante años, en cuyas páginas cuenta una historia de contenido social.  Saga de tiempos colonizadores, cuando se trabajaba desde el amanecer descuajando montañas, abriendo caminos y sembrando bondades, para después encender modestos fuegos al amparo del crepúsculo, en chispeante conversación con los luceros que empezaban a encenderse en el cielo.  Una enamorada descripción de nuestra geografía, expresada en bellas y claras metáforas, vuelve significativas las hazañas de sus personajes y parece compensarlos por sus muchos pesares.  Así como la poesía de Luis Carlos González encuentra resonancias en las del cartagenero Luis Carlos López o del mexicano López Velarde, la novela de Benjamín Baena Hoyos pertenece a la mejor escuela narrativa del Gran Caldas, para la cual escribió en amistosa emulación con Adel López Gómez en Manizales o Humberto Jaramillo Ángel en tierras del Quindío.  Debido a su misma condición de escritores, el poeta y el novelista pereiranos encarnaron en su época una dimensión intelectual y ejercieron entre nosotros la crítica, que Luis Carlos manifestó con benigna ironía frente a la ingenuidad de la aldea y el doctor Baena Hoyos con telúrico clamor de justicia social.

Después del canto y el cuento, es propio del espíritu que florezca el pensamiento.  Nos parece que Hugo Ángel Jaramillo representa en esta trilogía de maestros, la aparición de un intelectual de extraordinario valor, que dejó testimonio de sus exploraciones en distintos campos del conocimiento, abriendo inéditas posibilidades para nuestro saber y enriqueciendo el concepto mismo de pereirano con una mayor universalidad. A él le debemos nuestra conciencia comunitaria, la explicación histórica de nuestro devenir y hasta la fascinación por explorar las raíces de América, como quien consulta oráculos para el futuro.  Numerosos fueron los temas de alta cultura que desvelaron a este pensador -apasionadamente inmerso en el acontecer ciudadano como un faro brillante-, pero sus desvelos tuvieron como propósitos elevar las mentes y proponer una comprensión más amplia de nuestra realidad.  Está muy cercano el momento de su humana pérdida, para que estas palabras no estén todavía preñadas de emoción. Mas no creemos equivocarnos al interpretarla como una emoción colectiva, cuando consideramos que su muerte se llevo parte de nosotros mismos y que la ciudad resulta hoy empequeñecida, tan sólo porque no alienta entre sus calles este hombre de bien.

La pobreza material y el sufrimiento fueron las hadas dolientes que acompañaron su primera infancia, pero aún en medio de las vicisitudes de aquellos tiempos difíciles, su espíritu de niño atendió los murmullos de su propio destino y comprendió que la lucha por la superación personal era razón suficiente para vivir y engrandecerse. Cuando tuvo que abandonar la escuela primaria, ocupándose de menudos trabajos para contribuir a la manutención de los suyos, doña Amelia, su dulce progenitora, le enseñó que con la lectura aseguraría para siempre los beneficios que pudiera negarle la educación escolar.  A falta de novelas de aventuras o de las animadas ficciones que alimentan los espíritus párvulos, Hugo empezó leyendo en la sabiduría de los clásicos, las lecciones que toda su vida convirtió en ejemplo.  Las "Vidas" de Plutarco, los diálogos platónicos sobre la amistad, la estética o el pensamiento, las disquisiciones filosóficas de Voltaire, fueron esas primeras lecturas, permanentes, con las cuales cimentó en su alma los entusiasmos de la libertad. Cuando contaba apenas diez años, en esta misma plaza, en medio de una multitud magnetizada por el verbo de Jorge Eliécer Gaitán, Hugo Ángel Jaramillo agitó jubiloso una roja bandera, entre cuyos pliegues podía desaparecer muchas veces su cuerpecito infantil.  Quien desee entender al hombre y al intelectual que aquí honramos, no debe pasar por alto la sencillez de esta anécdota.

Hugo Ángel Jaramillo


Como aconteció con Lisias o Cármides, los armoniosos jóvenes de Platón, Hugo dedicó también en su adolescencia y su primera juventud, muchas horas al cultivo del cuerpo en palestras y estudios, hasta convertirse en atleta destacado y dirigente deportivo del Gran Caldas. Fruto de esa práctica estudiosa son los significativos volúmenes que consagró al deporte, con sus diversas disciplinas y manifestaciones. Temas como los juegos de Olimpia, la cronología de sus vencedores, la descripción de todas las contiendas deportivas conocidas, los aspectos médicos y psicológicos del deporte, sus repercusiones a nivel social o cultural, fueron abordados por este escritor con lujo de información y competencia.

Dos de esos libros merecen una mención especial.  El primero, "El deporte en la Antigüedad Clásica" por su honrada comprensión del fenómeno agonal entre griegos y romanos, tan diferente de lo que puede ser la práctica deportiva de hoy, cuando esa actividad se reparte por igual entre empresarios, publicistas y medios de comunicación.  El segundo se titula "El deporte indígena de América" y es uno de los libros más hermosos que se hayan publicado entre nosotros, por la difícil investigación que presupone y los maravillosos hallazgos que entrega en sus páginas.  Los juegos y contiendas deportivas de nuestros antepasados, desde Alaska hasta la Tierra del Fuego -cuando ninguna carabela osaba navegar sobre el Océano tenebroso que sepultó a la Atlántida-, traen hasta nuestra imaginación una historia remota, como nunca hubiéramos podido imaginar, minuciosa en sus descripciones y detalles, entrañablemente conmovedora, acerca de esta presentida grandeza que llamamos América.

Y al pronunciar este nombre continental, entramos de lleno en el ámbito de Hugo Ángel Jaramillo, así como en las dimensiones más definidas de su espíritu.  Nadie entre nosotros, por estas latitudes, pudo rivalizar con el en conocimientos sobre América, sobre sus etnias y sus hombres, su pasado fabuloso y su contradictorio presente, sus escritores y poetas, los aires de sus músicas folklóricas, la razón de sus símbolos y la sinrazón de sus defectos.  América fue para Hugo Ángel Jaramillo el espacio mental sobre el cual sobrevoló, poderoso y agitado, su pensamiento.

Por eso sus palabras fueron escuchadas con respeto, donde quiera que el tema de América se impuso a la comprensión de los hombres.  En Ciudad de México o en Viena, ante exigentes auditorios, pronunció este escritor palabras de amor o de befa, cuando se debatía sobre la expoliación o el futuro de nuestro continente.  Obras tan importantes como "Los falsos apóstoles de América", o especialmente la intitulada "El encubrimiento de América", son aportes de valor inestimable para la cabal comprensión de la realidad americana, tan contradictoria y apasionante a un tiempo, tan pródiga de sus luces ancestrales y tan oscurecida por la interpretación europea.  Estos libros hacen de Hugo Ángel Jaramillo un escritor de dimensiones continentales, puesto que de su lectura podemos aprender todos los habitantes de América.  Y las lecciones que de ellos atesoramos, conservan el sello indeleble y escaso de la auténtica dignidad.

            Pero también fue Hugo Ángel Jaramillo un escritor vernáculo, humanamente enraizado en su terruño natal, cuyos aconteceres conoció como pocos y para cuya celebración escribió cuatro volúmenes de historia.  En ellos se refirió a la etnia Quimbaya y recogió todos los documentos que pudo reunir sobre esta villa, sintetizando metódicamente cuanto trascendiera la simple anécdota: desde los cronistas hispánicos y las páginas memoriosas de nuestros primeros historiadores, hasta los anales de la Sociedad de Mejoras.  Su búsqueda tuvo una motivación: descubrir las razones de nuestra personalidad más secreta.  Y entonces reveló que el doctor José Francisco Pereira Martínez fue también un intelectual, que cuantos le acompañaron en la labor fundacional atesoraban en sus almas la luz de la libertad, que aquí se cultivaron tempranamente las semillas del pensamiento laico y el sindicalismo radical.  Más aún, consideró la libertad de costumbres que nos caracteriza como un fruto admirable de la tolerancia, sin la cual es perverso construir relaciones humanas.  Y fustigó muchas veces la envidia, esa cizaña que no debe crecer entre los pereiranos.  En sus últimos años, en plena madurez intelectual y humana, Hugo Ángel Jaramillo se convirtió en la conciencia viva de la ciudad, compartiendo ese honor solamente con nuestro poeta, don Luis Carlos González.  Singular destino el de nuestra Pereira apenas adolescente, que ya encontró el cantor de sus afectos más hondos y el historiador que supo revelar los perfiles de su futura identidad.

(Palabras pronunciadas por el autor en la Plaza de Bolívar de Pereira, el 3 de junio de 1999, en ocasión del homenaje que tributó a la Memoria del Escritor Hugo Ángel Jaramillo la Alcaldía de Pereira)

viernes, 4 de enero de 2013

Algunos escritores pereiranos del siglo XX


·         Los primeros talentos
o   Aníbal Arcila
o   Julio Cano Montoya
o   Manuel Felipe Calle
o   Carlos Echeverry Uribe
o   Eduardo Martínez Villegas

Aníbal Arcila



·         La ciudad esfuerzo
o   Alfonso Mejía Robledo
o   Lisímaco Salazar
o   Ricardo Sánchez Arenas
o   Jesús Duque H.

Jesús Duque H.



·         Años 40-50
o   Benjamín Baena Hoyos
o   Luis Carlos González
o   Euclides Jaramillo Arango
o   Bernardo Trejos Arcila


·         Años 60
o   Nelson Osorio Marín
o   Dukardo Hinestroza
o   Luis Fernando Mejía Mejía
o   Hugo Ángel Jaramillo
o   Alba Lucía Ángel
o   Silvio Girón Gaviria
o   Miguel Álvarez de los Ríos


·         Años 70 y 80
o   Héctor Escobar Gutiérrez
o   Julián Serna Arango
o   Nelly Arias de Ossa
o   Alfonso Marín Hernández
o   Liliana Herrera
o   Eduardo López Jaramillo
o   Hugo López Martínez
o   Cecilia Caicedo Jurado
o   Fernando Romero Loaiza
o   Víctor Zuluaga
o   Jaime Valencia Villa


·         Años 90
o   Rigoberto Gil Montoya
o   Gustavo Colorado Grisales
o   Edison Marulanda Peña
o   Alberto Verón Ospina
o   Luis Jairo Henao Betancur
o   Julián Chica Cardona
o   Carlos Alberto Jiménez
o   César Valencia Solanilla
o   Susana Henao Montoya
o   Ana María Jaramillo
o   Leonardo Fabio Marín
o   Uriel Hincapié Montoya


Los mecanismos del olvido

  A las 10 de la mañana del 16 de diciembre de 1929, un discreto y presuroso cortejo fúnebre salió desde una de las casas ubicadas en la car...